Parte II - Capítulo XIII

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KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte II

Capítulo XIII

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Souta y Kohaku se llevaban por dos años, y ese hecho conseguía que ambos se sintieran muy cercanos y afines. Las hermanas los veían jugar sobre la nieve que formaba una suave capa que en la superficie se rompía con facilidad, para dar paso a al menos medio brazo de profundidad. Este era el primer día en que el sol iluminaba por horas, desde que las nevadas habían comenzado. Kagome necesitaba salir de casa, se encontraba prisionera del encierro y la ansiedad, y aunque podía recorre la zona del templo y respirar aire fresco, quería liberar su mente. Para eso consiguió que su madre le permitiese salir con su hermano e ir hasta la residencia Taijiya. Llegar hasta el lugar le había tomado el doble del tiempo habitual, sin embargo se había reído mucho por el camino debido al calzado que llevaban Souta, ella y Haruka san, que los había acompañado. Todos se habían ataviado para la nieve con las tradicionales fuka-gutsu, botas tejidas con paja de cebada. No eran especialmente estéticas, sin embargo, cumplían bien con su labor de protección.

Una vez que estuvieron fuera de la residencia de su amiga Sango, Kagome y sus acompañantes esperaron en la entrada, como era habitual en una visita sin aviso previo. Luego de un momento los invitaron a pasar al interior y ambas amigas se reencontraron después de días sin verse. Kagome se sintió aliviada de notar que Sango estaba algo más animada que en su última visita y ambas se sentaron en uno de los pasillos exteriores de la residencia para observar a sus hermanos mientras creaban paredes de hielo, estas les servirían de protección para las bolas de nieve que comenzarían a lanzarse como artillería dentro de un momento.

—Se les ve felices —comentó Sango, con el tono maternal que era habitual en ella cuando se trataba de su hermano Kohaku.

—Souta está encantado. El templo se le hacía pequeño después de tantos días sin salir —Kagome agregó.

—Al menos Kohaku pasa tiempo con los niños de Himari —Sango mencionó a una de las mujeres que trabajaba en la residencia.

—Sí, eso es bueno. Para Souta es más complicado, Haruka y Hanae no tuvieron hijos y el templo está muy alto para que se acerquen los conocidos de mi hermano —Kagome sonrió, recordando su propia infancia solitaria en el templo.

—¡Es cierto! —Sango pareció reaccionar— ¿Cómo han conseguido bajar la colina? —la pregunta mostraba cierto pánico ante la imagen de una escalera cubierta de nieve. Kagome sonrió antes de responder.

—Muy despacio y con mucho cuidado —aceptó e indicó las fuka-gutsu que habían sido dejadas a un lado, junto a la elevación en la que ambas estaban sentadas.

Sango observó las botas con una expresión particular que Kagome no supo descifrar. No obstante, su amiga le dio claridad.

—Creo que nunca te he contado que a mi madre le gustaba tejer la paja.

Ante esas palabras Kagome se contrajo de forma imperceptible. No era la primera vez que notaba el modo en que la nostalgia rodeaba a su amiga igual que haría la bruma, oscureciendo su luz.

—No lo sabía...

Aquella corta frase fue todo lo que se animó a decir al respecto. Por un momento quiso ser capaz de encontrar palabras positivas que le dieran un prisma a la mujer, sin embargo, ella misma podía reconocer que la bruma la rondaba cuando recordaba lo poco que tenía sobre su padre.

Miró a Souta y Kohaku que ya habían comenzado con sus disparos de nieve y sonrió a causa de las carcajadas de ellos.

—Sango —nombró a su amiga, tomando la mano que ella descansaba sobre la madera del pasillo— ¡Vamos a jugar un poco! —le dio un suave tirón al agarre y pudo ver la forma en que la sorpresa se instalaba en los ojos de Sango, para dar paso a la alegría tierna y delicada que ella guardaba dentro.

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