Parte I - Capítulo VII

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KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte I

Capítulo VII

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El aire estaba frío, Kagome podía notarlo en los hombros, en la parte de la espalda que no estaba cubierta por sus rizos y en el cuello. La noche estaba despejada y las lluvias de los días anteriores y de esta misma mañana, conseguían esa bajada radical de temperatura; y aun así no era aquello lo que captaba su atención. Había algo en la sombra que cubría parcialmente al señor Taisho, InuYasha, que la inquietaba como si se tratase de un augurio que no conseguía definir. Se mantenía quieto, a unos cuántos pasos de distancia, y Kagome no necesitaba preguntar para saber que la estaba esperando a ella. Ese conocimiento le causó un escalofrío que se le evidenció en la piel y a punto estuvo de temblar.

—Siento no habértelo contado —declaró Sango, que permanecía a su lado. Sólo en ese instante Kagome volvió a ser consciente del momento que vivía con su amiga. Desvío la mirada de InuYasha e intentó volver su atención de nuevo a su acompañante.

—Me lo puedes contar ahora —quiso mostrarse comprensiva. Kagome percibía, de cierta forma, las emociones de los demás. Aquella era parte de sus características secretas, esas que se había acostumbrado a no mencionar con nadie.

Sango la miró a los ojos y pudo ver cómo éstos se cristalizaban en lágrimas que retenía con determinación férrea. Kagome le puso una mano sobre el antebrazo y asintió para transmitirle a su amiga que la estaba escuchando.

—Mi padre ha querido este compromiso. Mi padre —expresó con un dolor que iba más allá del hecho de estar comprometida. Kagome tenía claridad sobre lo mucho que Sango admiraba a su padre—. Ni siquiera mencionó nada antes, simplemente llegó la familia Kyōfū a cenar a casa con la decisión tomada.

—Eso no es justo —Kagome reaccionó del modo más instintivo posible. No había justicia en este tipo de decisiones, más aún cuando en las uniones de pareja el amor no era lo primordial.

Sango negaba y miraba a la distancia, Kagome comprendía que su amiga buscaba contener su enfado y no dar algo que hablar a las demás personas que estaban en la reunión.

—¿Al menos Kyōfū Hakudoshi es amable contigo? —quiso saber y mucho temía a la respuesta que Sango le diese. Ésta la miró y le mostró una sonrisa tan lacónica que bien podría no haber estado ahí.

—Podría decir que no ha sido desagradable, al menos no directamente —su amiga volvió a buscar un punto alto en el que fijar la mirada para evitar que la emoción se sobre pusiera a su voluntad.

—Mañana vendré a verte y me lo contarás todo con más calma —sugirió Kagome, que comprendía el esfuerzo que le significaba a Sango mantenerse impávida.

Su amiga sonrió con cierto toque de amargura.

—Mañana mi padre quiere que la señorita Kyōfū y sus hermanos vengan a comer con nosotros —explicó Sango.

—Oh, vaya —fue todo lo que Kagome se animó a decir. La cercanía entre ambas casas parecía estar bordeando lo familiar, incluso a riesgo de tocar la imprudencia.

—Sí, vaya —Sango reafirmó.

Ambas amigas se miraron por un instante, las palabras parecían fluir en sus pensamientos y les hablaban de enfado, indefensión, la muerte de los sueños. De tradición. A modo de esperanza, también les hablaba del amor que ambas se tenían.

—Vamos dentro, no quiero que mi prometido me extrañe —ironizó Sango.

Kagome accedió y sólo en ese momento volvió a mirar en la dirección en que estaba InuYasha, sólo para comprobar que ya no se encontraba ahí.

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