V

3 1 0
                                    

Si bien muchos conocían a Céline, muy pocos sabían quién era en realidad. Superficialmente, para toda la ciudad una rubia loca y hermosa. Socialmente, era una pintora que formaba parte de les dadaïstes, que era un grupo de artistas de vanguardia dedicados a la nueva ola revolucionaria conocida como dadá. Se enfocaban en romper con las convenciones artísticas, sociales y culturales de nuestra época, mediante la creación del arte antiarte que desafiaba las nociones tradicionales de belleza, performances y teatros experimentales en la vía pública que causaban escándalos caóticos, manifiestos y críticas burlescas frente a instituciones gubernamentales, demostrando que rechazaban toda forma de imposición. Algunos escribían y jugaban con la poesía, con palabras y sonidos para crear textos sin una lógica aparente, buscando expresar el subconsciente. De hecho, muchos años después, no se los consideró tan siquiera como una disciplina, pues no tenían un propósito más allá de la rebeldía contra las normas y la búsqueda de nuevas formas de expresión.

Mi Céline se dedicaba a pintar cuadros que demostraban lo absurdo, la irreverencia y el rechazo a las reglas académicas. A menudo eran provocadoras, ya que se centraban en la ironía y el humor. Ella estaba especializada en mezclar el cubismo y el arte abstracto, pero sin afiliarse a ninguna corriente en concreto. Sus lienzos carecían de cualquier lógica, usaba colores vivos, formas geométricas y trazos libres, según lo que necesitaba para transmitir un mensaje que no era comprensible fuera del grupo de les dadaïstes. Yo perseguía sus performances por toda la ciudad en busca de su aroma.

De hecho, antes de saber que había caído en sus encantos, no me preocupaba no tenerla exclusivamente para mí. Podía conformarme con escribir frente a la plaza y que ella sólo pasara de mí como hacía con los últimos hombres de la fila. Creí que podría escribir para siempre si tan sólo la observaba, pero cuando mi corazón se desempolvó, ya no fue suficiente siquiera bailar con ella en un grupo reducido. Quería que fuera mi pareja de baile, sólo mía, quería que sólo tuviera ojos para mí, que se riera de mis chistes y de ninguno más; que su vida girara alrededor de mí así como yo también estaba girando alrededor de ella. Y me asusté. Me asusté porque, a diferencia del amor que sentí por Vivian, el amor por Céline era más posesivo, más absorbente, más celoso. Me asfixiaba la devoción que sentía por ella, pero más asfixiaba no tenerla sólo para mí. Sentí recelo de los caballeros que la merodeaban como sabuesos hambrientos y me hice creer a mí mismo que sólo quería protegerla. Tiempo después me di cuenta de que, en realidad, era un egoísta más.

Con la ayuda de William, logré acercarme un poco más y entablar conversaciones casuales. Por desgracia, mi amigo era y siempre había sido un mujeriego juguetón, y yo, ingenuo, seguí sus pasos para pretenderla de una forma más coqueta y menos natural en mí. Creo que se dio cuenta porque interrumpía cada una de mis falsas charlas pretenciosas para hacer cualquier otra cosa que no sea escucharme, como ir por Dominique o alguna otra amistad trivial en los bares, cafés y fiestas en donde yo trataba de arrinconarla con mi interés. Al final de esta coquetería inútil, recordé las palabras de Yvan sobre que a Céline le gustaba la atención, pero no quienes se la daban.

Yvan también jugaba un rol importante en mi inútil propósito de cortejarla. Yo sabía muy bien que él no estaba de acuerdo con mi acercamiento interesado hacia su hermana, que me creía un narcisista más que absorbería su esencia, y que lo que realmente yo pretendía era jugar con sus sentimientos sólo para tenerla como mi musa, como una hermosa joya atrapada en un cofre empolvado. Qué equivocado estaba. Si bien al comienzo vi a Céline simplemente como una fuente de inspiración, la admiración instantánea que sentí al verla por primera vez, la búsqueda obsesiva por ella y el corazón latiéndome a mil cuando reía, valía mucho más que todos mis escritos al azar y el avance exitoso de mi novela gracias su sola idea. Ya no escribía para mí o para mi padre, sino para nadie más que para ella, aunque nunca le entregara mis prosas o cartas sin destinatario. Incluso cuando pensaba en la suave curva de su sonrisa como lo hacía todo el día, sobre todo antes de acostarme, ya no me costaba visualizarme a futuro con alguien como lo había hecho toda mi vida; nos imaginé casados y esperando una niña de su fructuoso vientre. ¡Cuán ilusionado estaba! Yvan no sabía nada de esto, apenas me dirigía de palabra, aunque por más que lo tratara de convencer, él seguiría cayendo en la ilusión de proteger a su hermana de un corazón roto más, pues tenía el mismo trato para cada caballero que intentaba pretenderla. Al menos esto no me hizo sentir como el único que no contaba con su bendición.

Pasión y sensatezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora