Capitulo 4

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La cena  pasó tranquila  ,a Luis le gustaba  atender y darle mimos a su esposa , eso era una de la cosas que a la rubia la enamoraba de su esposo ,que no importaba  el tiempo  , el día  y la hora  este siempre tenía algún detalle con ella .

Sabía que ambos pasaban por el mismo  dolor pero también sabía que no la dejaría sola  con todo esto que le estaba pasando .

Estaban aún en el  restaurante ,Altagracia  en el regazo de su marido .

_ Estas bien mi amor ? _ pregunto el moreno al verla tan callada

_Si mi amor 

_ Que bueno  ,me gusta  verte feliz no triste

_ lo se mi amor  _ gracias por estar conmigo  mi cielo

_ Yo siempre voy a estar contigo mi amor  eso ni lo dudes _ la besa

_ yo se mi amor y muchas gracias por eso 

_ No tienes nada que agradecer 

_ Te amo

_ yo más_ mi amor  _ la ve

_ Dime mi cielo

_ Estoy celoso _ la abraza

_ Por qué?

_ porque solo tú  platicas con nuestra hija  y yo no

_ Mi amor _ sabes que también  puedes escribirle

_ lo se _ pero no se como expresarme  _ sabes que no soy muy bueno con eso

_ yo se mi amor _ si quieres te ayudo con eso 

_ Gracias  mi cielo

_ De nada mi amor  _ lo hago con mucho gusto .

Luis la abrazó más fuerte, como si con ese gesto pudiera protegerla de cualquier pena que ambos compartieran. El restaurante, con su luz tenue y el suave murmullo de las conversaciones de fondo, se convirtió en un refugio en el que el tiempo parecía haberse detenido.

Altagracia levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa cálida. Aunque sus ojos reflejaban el dolor que todavía la asolaba, también brillaban con la certeza de que no estaba sola.

—¿Recuerdas la primera carta que le escribí? —preguntó ella, acariciando la mano de Luis sobre la mesa.

Él asintió lentamente, como si cada palabra y cada línea de esa carta se grabaran de nuevo en su memoria.

—Sí, me acuerdo. Pasaste toda la noche en vela, pero al amanecer, cuando la leí, sentí que cada palabra era un puente entre nosotros y ella.

—Eso es lo que quiero para ti, amor. Que encuentres tus propias palabras y las hagas tuyas.

Luis asintió, esta vez con más decisión. Miró a Altagracia y, por un instante, sintió que el peso en su pecho se aligeraba un poco. Había promesas que se hacían sin necesidad de ser pronunciadas, y esa era una de ellas.

—Empezaré esta noche —susurró él—. Quiero que nuestras cartas sean un recordatorio de que siempre estamos aquí, unidos por todo lo que amamos y extrañamos.

Los dos sonrieron, y aunque el vacío seguía allí, se sintió menos oscuro.

Altagracia tomó la mano de Luis y la acarició suavemente, sus dedos deslizándose por las líneas que contaban la historia de un hombre que había aprendido a amar más allá de las palabras. Su mirada se detuvo en los ojos de su esposo, llenos de esa mezcla de tristeza y determinación que siempre la conmovía.

—Empezaremos juntos, Luis. Esta noche, cuando lleguemos a casa, te ayudaré a encontrar esas palabras.

Luis la miró con gratitud y, por un momento, un destello de alivio iluminó sus ojos oscuros. La idea de compartir el dolor, de no llevar la carga solo, lo hizo sentir más ligero.

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