Capitulo 5

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Después de escribirle  todo lo que sentían a la bebé   Altagracia y  Luis fueron a dormir .

Luis disfrutaba el tiempo que tenia a su  esposa al lado y sabía que ella era  igual .

Pensarían luego que  hacer con Regina , ya Altagracia  tenia prueba de varios delitos de su hermana  .

También  de como trataba  a su  hija . Era  una niña de 5 años por Dios  y a ella no le importaba dejarla sola , o al cuidado de unos vagos que   se aprovechaban de la niña  y aún así nadie le había quitado la hija a Regina 

Solo que Altagracia  sabía todo esto y aria justicia por ella , por su bebé  y por su sobrina Isabella  que apesar de todo lo que  pasaba no dejaba de sonreír  y tener esa alegría que todos los demás niños  .

Altagracia  ya le había comentado esto a su esposo ahora solo faltaba regresar a Ciudad de México  para llevar a cabo el proceso  .

Al día siguiente, los primeros rayos de sol se filtraron por la ventana, despertando a Luis y Altagracia. Ambos se miraron, compartiendo un instante de paz antes de que la realidad volviera a imponerse. Luis acarició el rostro de su esposa, trazando con ternura la línea de su mandíbula.

—¿Estás lista, mi amor? —preguntó él en voz baja, aunque sabía que la respuesta no era fácil.

Altagracia suspiró, asintiendo mientras tomaba la mano de Luis. Sentía un nudo en el pecho, pero la determinación en sus ojos brillaba con más fuerza que sus dudas.

—Sí, Luis. Estoy lista. No puedo seguir ignorando lo que Regina le hace a Isabella. Esa niña merece una vida mejor, lejos del caos y el dolor.

Luis se levantó y preparó el café mientras Altagracia se duchaba. La calidez de la bebida y el aroma familiar llenaron la cocina, dándole un toque de hogar a la mañana. Mientras servía las tazas, recordó los días en los que Isabella jugaba en su casa, riendo y correteando con la inocencia de quien no sabe que la vida puede ser cruel. Esa imagen avivó su decisión: harían todo lo posible para protegerla.

Minutos después, Altagracia apareció con el cabello aún húmedo, vestida y lista para el viaje. Se acercó a Luis y le dio un beso en la mejilla, agradeciendo su apoyo sin necesidad de palabras.

—Isabella no sabe lo que está por venir —dijo ella, tomando un sorbo de café—, pero nos aseguraremos de que todo cambie para bien.

Luis asintió, su expresión reflejando la misma mezcla de nervios y esperanza.

—Lo haremos, mi amor. No estás sola en esto. Isabella nos tiene a nosotros.

Ambos se dirigieron al aeropuerto, con la convicción de que esta vez las cosas serían diferentes. Lucharían por justicia, por Isabella y por el recuerdo de la pequeña que siempre estaría en sus corazones. La Ciudad de México los esperaba, y con ella, la oportunidad de cambiar el destino de su sobrina y de cerrar un capítulo doloroso para empezar uno nuevo, lleno de esperanza.

El vuelo hacia Ciudad de México transcurrió en silencio, con ambos sumidos en sus pensamientos. Luis mantenía la mano de Altagracia entrelazada con la suya, un gesto que hablaba de fortaleza y apoyo. Al mirar por la ventanilla, las nubes que pasaban parecían espejar sus emociones: a veces densas y grises, otras veces dejando pasar un rayo de luz.

Al llegar, el bullicio del aeropuerto los rodeó, pero ellos se movieron con determinación, ignorando el ajetreo a su alrededor. Habían planeado cuidadosamente este viaje, contactando a un abogado de confianza y reuniendo todas las pruebas que necesitaban para proceder legalmente contra Regina.

La primera parada fue la casa de un viejo amigo de la familia, don Esteban, quien los había recibido muchas veces en el pasado. Era un hombre de canas sabias y voz profunda, siempre dispuesto a ofrecer consejo y apoyo. Altagracia y Luis tocaron la puerta, y en pocos segundos, el hombre apareció con una sonrisa cálida y unos ojos que reflejaban la preocupación que sentía por ellos.

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