El viento traía consigo más que frío. Traía rumores, mensajes a medias y fragmentos de noticias que corrían de boca en boca entre las filas alemanas. Lo que al principio eran susurros se había transformado en un zumbido constante, imposible de ignorar. Los soviéticos avanzaban. Las posiciones se tambaleaban, y el ejército alemán, otrora seguro de su implacable maquinaria bélica, comenzaba a mostrarse vulnerable.
Ludwig se aferraba a los informes que llegaban con dificultad, buscando alguna señal de esperanza en medio del caos. Pero cada telegrama era peor que el anterior, divisiones enteras diezmadas, líneas defensivas colapsadas, y ciudades estratégicas cayendo una tras otra. La guerra, que durante tanto tiempo había sido un escenario donde su orden y disciplina brillaban, se estaba transformando en un monstruo descontrolado, y por primera vez, Ludwig sintió miedo.
Feliciano, aunque menos involucrado en los detalles estratégicos, no era ajeno al cambio en el ambiente, la tensión en el campamento era claro y hasta él, con su carácter despreocupado, parecía más callado de lo habitual.
-Comandante, ¿cree que todo estará bien? -preguntó una noche, mientras ambos compartían una ración escasa frente al fuego.
Ludwig tardó en responder. Sus ojos, fijos en el horizonte, reflejaban la lucha interna que llevaba consigo.
-Estará bien, Vargas -respondió finalmente, con una firmeza que no sentía del todo-. Tenemos órdenes. Mientras sigamos cumpliéndolas, hay esperanza.
Pero esa esperanza se puso a prueba mucho antes de lo esperado.
Era una misión rutinaria, o al menos, eso parecía. Ludwig y un pequeño grupo de soldados, con Feliciano entre ellos, habían sido enviados a reconocer una zona que había sido escenario de enfrentamientos recientes. La nieve, que caía sin tregua, dificultaba el avance y cubría las huellas de la batalla que había tenido lugar.
-Manténganse alerta -ordenó Ludwig, su voz baja pero firme.
Feliciano, a pesar de sus nervios, seguía de cerca al alemán. Había algo en la presencia de Ludwig que siempre le daba una sensación de seguridad, incluso en los momentos más oscuros.
El ataque llegó rápido, demasiado rápido. Antes de que pudieran reaccionar, el grupo fue emboscado por fuerzas soviéticas que surgieron de la nada, camufladas por el terreno blanco. Los disparos resonaron en el aire, y Ludwig intentó organizar una defensa, pero la superioridad numérica del enemigo era abrumadora.
-¡Vargas, retrocede! -gritó Ludwig, pero era demasiado tarde.
Una explosión cercana los lanzó a ambos al suelo. La confusión reinó por unos segundos, y cuando Ludwig recuperó la conciencia, se encontró rodeado por soldados soviéticos armados. Un rápido vistazo confirmó lo peor, estaban solos.
El frío mordía la piel como un animal hambriento mientras los llevaban, escoltados por los soldados soviéticos, a través de un bosque oscuro.Les habían arrebatado las armas y atado las manos con cuerdas ásperas, Feliciano caminaba detrás de Ludwig, temblando no solo por el frío, sino por el miedo que ahora lo invadía por completo.
-Comandante... -murmuró, su voz apenas audible.
-Mantén la calma, Vargas -respondió el alemán, con un tono firme que pretendía transmitir seguridad, aunque por dentro se debatía en un torbellino de preocupación.
Los llevaron a un campamento soviético improvisado, donde los dejaron encerrados, en una pequeña cabaña que apenas los protegía del clima, mientras probablemente, estuvieran llamando a más soviéticos, al tener bajo su autoridad ahora a un comandante alemán. La oscuridad y el silencio se hicieron compañía. Ludwig permanecía cerca de la puerta, su mente trabajando frenéticamente en posibles maneras de escapar, mientras Feliciano se sentaba en un rincón, abrazándose las piernas.