Las Yeguas de Diomedes

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La siguiente tarea fue encomendada por Odín. Diomedes era un hombre malvado, rey de los Bistones, que había obligado a sus yeguas a crecer comiendo carne cuando aún eran tan solo potras. Pero no cualquier tipo de carne: las alimentaba con carne humana, y nada más, lo que hacía que estuvieran siempre hambrientas, ya que no podía simplemente alimentarlas con todos los habitantes de su reino, por mas que lo deseara.

Así que Diomedes dependía de los viajeros. Sus sirvientes no se lo dirían a nadie, ni tampoco su pueblo, o desataría a las criaturas sobre ellos...Además, los dioses se enfdarían si no obedecían a su rey. Por suerte para los súbditos del rey, el siguiente viajero era nuestro héroe, que no sabía nada de por qué tenía que atrapar a las yeguas en primer lugar. La tarea no era precisamente robarlas, claro, pero no se le dijo sobre ello.

"No sé... robar a otra persona me parece mal "dijo Alcides a los cuervos mientras caminaban hacia su objetivo.

"¿En serio, muchacho?" Se quejó el cuervo blanco.

"¡Ya has capturado a otros animales antes!" Le recordó el negro.

"Bueno, sí, pero no tenían dueño "y hablando de robar "¿qué tienen de especial estas yeguas de todos modos?".

Las otras bestias sí eran especiales, de una forma u otra. Pero estas eran simples yeguas. Si pedía xenia, y robaba al anfitrión, estaría violando reglas sagradas que los propios dioses supervisaban. Si simplemente se acercaba y las robaba, ¡sería un ladrón! Realmente no había forma de ganar.

Eso fue, hasta que vio a un pequeño niño asustado corriendo en su dirección.

"¡Señor, corra! " El niño tenía la ropa rasgada y las rodillas con rasguños. Tropezó, y Alcides le ayudó suavemente a levantarse.

"¿Qué pasa?" Preguntó preocupado, los cuervos rodaron sus ojos blanco, estaba perdiendo el tiempo con aquello.

"¡El caballo!" Gritó, y lo siguiente que supo Alcides fue que había un enorme semental corriendo hacia ellos. Era blanco como la nieve, y sus ojos parecían rojos.

Los caballos podían ser mezquinos, cualquiera que hubiera crecido cerca de ellos lo sabía. También comían carne de vez en cuando, pero no era su dieta normal. Este, por desgracia, tenía sangre en el hocico, demasiada sangre. Alcides hizo que el chico se pusiera detrás de él, y agarró fácilmente al caballo.

"Tranquilo, muchacho" le dijo Alcides al caballo, tratando de que se calmara, la criatura trataba de patear y morder.

"Chico, es una yegua" le corrigió uno de los cuervos.

El tembloroso muchacho se acercó lentamente a nuestro héroe.

"E-Ellos se comieron a mi hermano "logró decir.

"¿Ellos?" ¿Tal vez una manada de lobos? Bueno, el caballo tenía sangre, y... dioses no, ¿podría ser? "¿Esta es una de las yeguas que tengo que robar?"

"Sí" dijo el cuervo blanco.

"¿Qué pasó?" Alcides seguía sujetando a la yegua pero estaba preocupado por el chico y por lo que decía. El chico estaba muy cansado y trataba de respirar. Alcides caminó con la yegua y consiguió atarle las patas para que no se soltara pero la dejó bajo la sombra del árbol para que el sol no molestara a la criatura.

Sacudió un poco el árbol para que cayeran un par de manzanas y le dio una a la yegua, que la aceptó encantada. Luego volvió hacia el chico y le ofreció la otra manzana.

"Lo siento, señor..." murmuró el chico mientras aceptaba la manzana "Yo...los caballos.... se lo comieron..."

"¿A tu hermano se lo comieron los caballos?" Alcides ya había visto animales devorados por hombres, pero todos ellos eran carnívoros en primer lugar.

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