The Last Glimpse | Mavuitano

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El Capitán se despertó a las tres de la madrugada, abandonando el campamento unos treinta minutos después. Había optado por ropa más ligera, adecuada para un entrenamiento menos formal, en tonos negros y sin los adornos que solía llevar. Caminó en silencio alrededor del perímetro del campamento, asegurándose de que cada uno de sus soldados estuviera en su lugar, ya fueran los que montaban guardia o los que merecían descanso.

Revisó minuciosamente las áreas cercanas, buscando cualquier indicio de intrusos, posibles emboscadas o trampas. Cada paso estaba calculado con una precisión aterradora, casi como si esta vigilancia fuera su única misión de la noche.

Todo eso... solo para retrasarse en su encuentro con Mavuika.

La idea misma lo había mantenido en vela durante horas. ¿Qué pensaría ella de su extraña elección de recompensa? Podría haber pedido la Gnosis, riquezas o bienes de gran valor. Incluso podría haber exigido privilegios diplomáticos. Podría haberla pedido a ella. Pero no, había optado por algo completamente distinto. No quería parecer lo que otros hombres llamaban "desesperado".

¿Lo era? Tal vez

El hombre suspiró en la oscuridad y comenzó a caminar por el sendero familiar que lo llevaría al estadio. ¿Ya estaría ella allí, esperando? ¿Llegaría a tiempo? ¿Qué estaría usando? ¿Cómo llevaría el cabello? ¿Lo miraría con esa sonrisa pícara? ¿Soltaría alguna broma para provocarlo?

Hizo un gesto con la mano para ahuyentar esos pensamientos invasivos, como si alejara a un insecto molesto, y continuó caminando lentamente, contemplando el paisaje que lo rodeaba. Todo era un mundo ajeno para él. El ambiente, tan cálido, acogedor y vibrante. Tan rojo. No pudo evitar preguntarse cómo habría sido su vida si hubiera nacido en esta tierra de fuego y guerra. Habría sido un guerrero diferente del que era ahora, dedicado a una diosa distinta.

La honraría, luchando por ella hasta la muerte, tal como ahora lo hacía por La Zarina. La adoraría, gritando su nombre en el fragor de la batalla, inclinándose ante ella con devoción. Moriría por ella, ansiando volver a la vida una y otra vez solo para defender su causa. Habría sido su héroe.

Por mucho que fueran enemigos, no podía mentirse: Mavuika era una Arconte perfecta, hábil, fuerte y con la capacidad de liderar una nación, de tomar decisiones difíciles y de sacrificar lo que fuera necesario.

Perdido aún en sus pensamientos, llegó al estadio y entró.

La oscuridad envolvía el lugar, y solo la llama perpetua iluminaba la vasta plaza central, que conservaba las cicatrices de su primera batalla. Grietas y fracturas marcaban el suelo, astillas de piedra se esparcían por doquier, y las paredes mostraban huellas de arañazos profundos. Habían pasado meses desde aquel enfrentamiento inicial, pero en el campo diplomático no había habido progreso alguno: la Gnosis seguía sin estar en su poder. Tampoco había cambiado nada en el terreno emocional; sabía con certeza que Mavuika aún le guardaba rencor.

¿Hasta el punto de no aparecer?

Sin duda, ya era más tarde de la hora fijada. Para confirmarlo, revisó su reloj de bolsillo: las 4:27 de la madrugada, y no había ni rastro de ella. El estadio estaba vacío. Permaneció en el centro del campo durante varios minutos, bien visible, aguardando un ataque sorpresa que nunca llegó. La Arconte no se había presentado a su cita.

Sabía que Mavuika se tomaba en serio la guerra y, por lo tanto, el entrenamiento. En su núcleo, era mucho más que la imagen teatral y orgullosa que proyectaba: una estratega astuta, lógica, y disciplinada, alguien que respetaba la palabra dada. Faltar a una promesa simplemente no era propio de ella.

El Capitán frunció el ceño, una irritación creciente se reflejaba en su expresión. ¿Por qué no estaba allí?

Entró en la arena, avanzando hacia el interior mientras observaba cada habitación y pasillo con atención, alerta a cualquier ruido o señal de su presencia. Pero se equivocaba: ella no estaba allí. Sus sentidos no le engañaban; Mavuika no estaba en el estadio.