The Last Glimpse | Mavuitano

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Mavuika regresó a la cueva varias noches después de su último encuentro con Capitano, pero él nunca volvió a aparecer. Nunca lo vio cerca de Natlan y no se atrevió a acercarse a su campamento. De todos modos, no es que hubiera ninguna razón real para hacerlo.

Entrenaba en la arena durante el día y se escapaba hacia las aguas termales por la noche. Eso también podría considerarse un tipo de entrenamiento, ¿verdad? Sobre todo porque su estado no mejoraba muy rápidamente, así que cada esfuerzo que hacía le ayudaba a sentirse mejor.

Pero él nunca estuvo allí, y aunque intentaba ocultarlo, la decepción se colaba en sus pensamientos más de lo que ella misma estaba dispuesta a aceptar. ¿Por qué no quería reunirse con ella tanto como ella quería volver a verlo?

Después de una semana decidió darse por vencida, pero todavía no estaba dispuesta a renunciar a su deseo de ver su rostro. Le molestaba más de lo que le gustaría admitir; tras haber visto parte de su cuerpo, hermoso e hipnotizante, se sentía privada de la parte más importante: la que él tanto protegía. ¿Cómo se veía bajo esa máscara oscura? ¿Tenía cicatrices, como su espalda? ¿Tenía barba o tal vez bigote? ¿De qué color eran sus ojos? ¿Era guapo? No tenía ni idea, pero el pensamiento de perderse algo tan interesante la atormentaba día y noche.

Una noche en particular, hacía tanto calor que no podía conciliar el sueño, no paraba de dar vueltas, buscando algún rincón fresco en la cama que la ayudara a conciliar el sueño.

Ya sea por el calor, o por... bueno, algo más.

No importaba dónde se tocara, la intensidad de su tacto o la idea de alguien a quien estaba usando para estimularse. No era suficiente. Necesitaba algo más, necesitaba a alguien más, y la imagen de esas manos grandes y fuertes, la textura callosa de su piel, y cómo podría usarlas para complacerla, era suficiente para hacer que su cerebro entrara en cortocircuito. Finalmente logró conciliar el sueño, cansada por el deseo insatisfecho después de muchas horas de incomodidad, abrazando la almohada con fuerza, se encontró en un sueño particularmente extraño.

Despertó en un lugar desconocido, cubierto por un suelo blanco, suave y helado, especialmente la sustancia fría sobre la que estaba sentada. La tocó con los dedos mientras temblaba.

Se encontraba en un bosque, cubierto de la misma sustancia blanca y helada. Estaba rodeada de muchos árboles, un tipo de árbol que no crecía en Natlan. El aire le quemaba la nariz, como si no pudiera soportar un lugar tan frío.

Todavía era de día y llevaba ropa que no era suya. Era algo que nunca se pondría y, sin embargo, era tan fascinante. Un largo y sencillo vestido blanco y un abrigo de piel negra que la mantenía abrigada. En el sueño había sido despojada de sus accesorios y se sentía tan anónima vestida así, tanto que no podía reconocerse a sí misma, excepto por su ardiente cabello rojo, el cual tocaba buscando algo familiar.

Volvió a tocar la sustancia blanca, curiosa por saber más, y le dolió la piel mientras se derretía en la palma de su mano, sentía como si le estuviera quemando, pero no era como el fuego. Estaba ardiendo y lo dejó caer al instante.

—¿Qué es esto? —murmuró preguntándose, mientras se giraba en busca de alguien con quien hablar. Pero estaba sola, en un lugar desconocido, vestida con ropas extrañas, rodeada de cosas que nunca había visto en su vida.

—¿Nunca has visto nieve, Arconte? —preguntó una voz familiar. Era tan grave y fría, bastante mortal, justo como el lugar en el que estaban.

No quería darse la vuelta; sabía quién estaba detrás de ella. Ese hombre enmascarado, con su mirada fría e imponente. Así que, nieve, era el tipo de cosa que estaba tocando, sabía que solo algunos lugares de Teyvat eran lo suficientemente fríos para que nevara. Snezhnaya era uno de esos lugares.