The Last Glimpse | Mavuitano

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Mavuika se despertó sintiéndose fría y aturdida, tumbada en su cama. Un dolor punzante le atravesaba la cabeza, especialmente en el lado izquierdo, y cada músculo de su cuerpo protestaba ante el más mínimo movimiento. La garganta le ardía y tenía la boca pegajosa, como si hubiera pasado horas sin beber agua.

El olor era desagradable. ¿Vino? ¿Sueño? ¿Vómito?

Algo no estaba bien.

Llevaba puesta ropa, pero no era su pijama ni sus habituales cueros de combate. Con los ojos aún cerrados, deslizó las manos por la tela, intentando descifrar qué llevaba puesto. No era su atuendo habitual, sino un traje de entrenamiento. Y entonces, los recuerdos de la noche anterior la golpearon, como un río desbordado, inundando su mente confusa y dolorida.

Había faltado a su cita de entrenamiento con el Capitán.

Había estado bebiendo... por desesperación, estrés y cansancio. ¿Él había estado allí? Probablemente. Recordaba vagamente cómo la llevó hasta la cama. Recordaba el toque frío de sus manos en su rostro. Y también recordaba haber tocado su cara: suave, masculina, elegante. Pero no fue suficiente. Debería haber aprovechado la oportunidad para quitarle el casco y desentrañar el misterio que la atormentaba.

El reloj marcaba alrededor de las 5 PM; había dormido casi todo el día. Pero los detalles se escapaban de su memoria: las palabras que intercambiaron, la conversación principal, lo que ella le había confesado... y lo que él le había prometido.

Necesitaba verlo. Necesitaba respuestas.

La mujer se tomó su tiempo. Se levantó lentamente de la cama, cada movimiento acompañado por un leve recordatorio del dolor en sus músculos, y se dirigió al baño. Abrió la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo tenso, relajando cada fibra poco a poco. Se enjabonó con cuidado, recorriendo cada centímetro de su piel como si quisiera limpiar no solo el sudor y el cansancio, sino también las sombras de la noche anterior. El agua hirviendo corría por su espalda, llevándose consigo la incomodidad y dejando una sensación de alivio.

Al salir, envuelta en vapor, bebió un vaso de agua fresca que calmó su garganta reseca. Luego, se dedicó a limpiar el desorden que había dejado atrás. Recogió las botellas vacías, enderezó los muebles y restauró el orden en su hogar, hasta que todo volvió a lucir como siempre: impecable y bajo control.

Luego, se sentó a la mesa y dejó que su mente divagara, buscando claridad en medio del caos.

Natlan, la Llama Sagrada, el Abismo.

El Capitán, los Fatui, la Gnosis.

Los portadores de los Nombres Antiguos, los Héroes, los Wayob.

Cada palabra resonaba como un eco en su mente, cada concepto era una pieza vital en el complejo tablero que tenía frente a ella. Todo estaba interconectado, como un rompecabezas imposible de ignorar. Mavuika sabía que cualquier movimiento que hiciera podía cambiar el curso de la guerra, de su nación... y de su destino.

Tenía poco tiempo y demasiados problemas que resolver. Mavuika, decidida a actuar con orden y precisión, comenzó por lo esencial: comprobar personalmente la situación de cada tribu. Visitó a los líderes, habló con ellos cara a cara, y contrastó sus informes con los héroes que le eran leales, asegurándose de que todos estuvieran en buen estado. Evaluó sus fuerzas, verificó el bienestar de los habitantes y tomó nota de cualquier debilidad que pudiera comprometer la defensa de Natlan.

Mientras avanzaba, sondeó el suelo en busca de portales ocultos que pudieran haber pasado desapercibidos. No encontró nada visible... pero la ausencia de señales no la tranquilizó. Sabía que el Abismo había obtenido acceso completo al Reino de la Noche, y que lo utilizaba como una puerta preferida para infiltrarse en su territorio. Pronto, las invasiones serían inevitables, y las tragedias serían mayores.