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Cuando Mavuika se despertó por la mañana, la furia la envolvía como un manto.

No era el tipo de enojo que solía destinar a quienes la habían herido; era una ira profunda, dirigida a todo aquello que perturbaba su paz. El Capitán, la Zarina, el ejército Fatui, los demás heraldos... pero, sobre todo, él. Ese hombre que no solo infestaba sus pensamientos y deseos, sino que ahora también se atrevía a invadir sus sueños. Y, sobre todo, Mavuika no toleró la intrusión en su habitación.

No se podía negar la evidencia; aquel frío, la escarcha, ese sueño... La Arconte no tenía intenciones de aceptar esa falta de respeto, necesitaba confrontar al hombre.

Los Principios Celestiales sabían que fue un largo día lleno de ira.

Entrenó con furia, destrozando muñecos de práctica; rechazó la meditación impuesta por Mualani; ignoró las bromas de Ajaw y las dulces sonrisas de Kinich y Kachina. Incluso el par de gafas nuevas, regalo de Xilonen. Nada podía calmar el fuego en su interior. Sabía lo que tenía que hacer. Tomar el asunto con sus propias manos y apaciguar su ira, y para ello tenía que visitar a su enemigo.

Aquella noche, después de otros diez minutos de meditación impuesta por Mualani, se escabulló de su habitación en dirección al campamento Fatui, situado fuera del núcleo de su Nación.

El campamento, como una mancha negra sobre el cálido paisaje, se extendía en kilómetros de terreno frío y gélido. Con movimientos rápidos y precisos, Mavuika se deslizó entre las sombras hasta llegar a una tienda aislada, con una fina capa de escarcha cubriendo la entrada. "Es aquí", pensó, sintiendo el frío recorrer sus dedos al tocar la tela.

Sin dudarlo, abrió la tienda y entró, buscando en la penumbra alguna señal del hombre.

El frío que impregnaba la habitación ya era señal suficiente de su presencia. La ausencia total de luz, sin una sola fuente encendida ni siquiera un rastro desde el exterior, envolvía el espacio en una oscuridad impenetrable. Todo se fundía en una masa negra, sin forma ni contorno, haciendo imposible distinguir una figura o un mueble. Por un momento, Mavuika comenzó a dudar de que realmente hubiera alguien allí dentro.

Una voz profunda, que resonó en la oscuridad, la hizo congelarse. 
—¿Qué crees que haces aquí, mujer? —la voz ronca del Capitán llenaba el espacio con una calma peligrosa—. ¿Te burlas de mí y de mis hombres al infiltrarte así? Podría matarte ahora mismo.

El escalofrío que recorrió su espalda era una mezcla de miedo y... algo más.

Mavuika no lograba descifrar las emociones detrás de su voz. ¿Era conmoción? ¿Enojo? ¿O, de alguna manera retorcida, se alegraba de verla?

El hombre ocultaba sus emociones con la misma habilidad que su rostro, como si estuviera rodeado por una barrera impenetrable. Cada palabra y cada silencio parecían estar cubiertos por una capa de misterio.

—Acabo de hacer lo mismo que tú hiciste conmigo. No es agradable que irrumpan en tu espacio, ¿verdad? —replicó Mavuika, girándose para enfrentarlo, aunque solo veía sombras.

La respuesta llegó después de un silencio tenso. 

—No sé de qué hablas.

—¿Oh, no? —le retó ella, avanzando un paso—. Invades mi hogar, dejas rastros de tu presencia y, aún así, te atreves a negar lo evidente.

El Capitán no respondió, y Mavuika supo de inmediato lo que significaba ese silencio. Después de todo, un silencio puede gritar verdades que las palabras se niegan a admitir, y en ese instante, ella lo tomó como un claro 'sí'.

Una risa amarga y cargada de desdén escapó de sus labios.

Ella no necesitaba verlo para saber que él disfrutaba de esa confrontación. Su paciencia se quebró, y, sin previo aviso, le empujó contra la pared de la tienda.

The Last Glimpse | MavuitanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora