Prólogo

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HACE DOS AÑOS.

Respiro hondo, disfrutando del olor a caucho y a escape del motor, antes de bajarme la visera del casco. Agarro el volante de mi Bandini Formula 1 con las manos enguantadas; los dedos me tiemblan por las vibraciones del motor y la carrocería. El buen resultado en la clasificación de ayerme pone en la primera posición de la parrilla de salida, y, si no la cago, saldré con el título de campeona del mundo. Una a una, las luces rojas van encendiéndose encima de mí, reflejándose en el rojo brillante de la carrocería de mi coche. Los aficionados guardan silencio, expectantes. Las luces se apagan y da comienzo así el Gran Premio. Piso a fondo el acelerador y el coche sale disparado por la recta inicial antes de tener que frenar para tomar la primera curva.

Los neumáticos derrapan en la pista, y oigo tras de mí los chirridos de los otros coches que siguen mi estela. Pero en el circuito nada me distrae: solo estamos el asfalto y yo.

—Park, te informo de que tienes detrás a Liam Zander, seguido de Jax Kingston y Jennie Manobal. Mantén el ritmo y ten cuidado en las curvas.—La voz del jefe de escudería me llega a través de la radio del casco.

Adopto una estrategia defensiva para complicar los posibles adelantamientos en las curvas. El zumbido del motor me llena de euforia cuando recorro otra recta a más de 320 kilómetros por hora. Los aficionados gritan cuando paso por delante de ellos. Aprieto el pedal de freno con el pie unos segundos antes de coger la curva siguiente, y los neumáticos blandos rechinan sobre el asfalto. Ese sonido es música para mis oídos. Las primeras vueltas transcurren sin complicaciones. La adrenalina me recorre el cuerpo entero cuando el monoplaza de Liam aparece al lado del mío en una de las curvas, con la reconocible pintura gris metálico resplandeciendo bajo el sol del desierto. Su motor ruge. Me arriesgo y piso el freno unos segundos después de lo recomendado para pasar por un bordillo. El metal se sacude cuando las ruedas derechas se levantan del suelo y se desploman de nuevo. Liam recalcula, incapaz de adelantarme, y mi coche pasa por delante de él. Un ingeniero de pista me habla por radio.

—Una curva peligrosa... Relájate, aún tienes cincuenta y dos vueltas por delante. No hace falta que te pongas ruda.

Me río para mí al oír el consejo. Después de una temporada agotadora compitiendo contra Liam, Jennie y Jax, lo único que me separa del título de campeón del mundo es un Gran Premio.

—Jennie ha adelantado a Liam en la última curva. No la subestimes, quiere ganar —me comunican.

Y hablando del rey de Roma, el coche azul cobalto de Jennie aparece en mi retrovisor. Niego con la cabeza mientras trazo otra curva. No para de comportarse como un niñita engreída cuyo único objetivo es hacerse valer en su equipo y conseguir renombre en el mundillo de la Fórmula 1. No lo hace mal para ser nueva, pero ha provocado suficientes sustos durante esta temporada para que no me apetezca dejar que se me acerque demasiado. La cabrona se me pega al alerón trasero, haciendo que apenas haya espacio entre nuestros coches; mal, la cosa pinta mal, lo que se nos viene encima. El corazón me va a mil. Agarro con fuerza el volante mientras hago unas cuantas respiraciones profundas. Inhalar, exhalar..., todo ese rollo del yoga. No tengo ninguna intención de ceder la primera posición, así que no pienso dejar que Jennie me adelante. La pista gris se desdibuja mientras la recorro a toda velocidad. En la recta siguiente, Jennie se me planta justo al lado y por poco hace que nuestras ruedas se toquen; apenas las separan unos centímetros. Los motores de los dos vehículos se revolucionan cuando pisamos afondo el acelerador. Me las arreglo para recuperar la primera posición en la curva siguiente, cuando mi alerón delantero pasa por delante del suyo. «No me jodas.» Pero Jennie, en lugar de frenar, acelera de nuevo. «Puta bastarda.» Todo pasa a cámara lenta, como en las películas, fotograma a fotograma. Yo no soy más que una espectadora. El jefe de escudería de Bandini me grita al oído que retroceda, pero el sonido del metal al crujir me revela que ya es demasiado tarde.

A toda velocidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora