R.P.2

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Me pongo una almohada en la cabeza para que no me moleste la luz que secuela por la ventana. Algo se revuelve a mi lado y una mano cálida encuentra mi miembro por debajo de las sábanas.

—Vale, creo que tienes que coger tus cosas e irte.—Señalo la puerta con una mano mientras el otro brazo sigue sosteniendo la almohada contra mi cara. «Por favor, no me chingues.»

—¿En serio me estás echando de la cama mientras te estoy tocando? Nos hemos acostado hace tres horas. —No consigue ocultar su incredulidad. «Es lista, no se le escapa una.»

—Pues sí. Lo de anoche fue muy divertido, pero tengo que levantarme para ir a entrenar. Gracias, me lo he pasado bien. Ella responde quitándome la almohada de la cara, dejándome a la vista a una mujer con el cabello rubio todo despeinado y todo el maquillaje corrido. Sonrío al ver un trabajo bien hecho. La chica me fulmina con la mirada con un gesto de desprecio.

—No, lo puedo creer, eres tan despreciable como dicen. ¿Siempre te portas como una idiota con la gente? Parpadeo unas cuantas veces; no estoy de humor para aguantar esto. Otra que tampoco le parece en nada, pero que tal anoche. «Esperable.»

—Me alegro de que mi reputación me preceda. Ya te has quedado más tiempo del que eres bienvenida; asegúrate de haberte marchado para cuando salga de la ducha.

No tiene sentido quedarme en la cama. Me levanto con el miembro colgando y el culo al aire. Se queda boquiabierta cuando le cierro la puerta en las narices, dando por finalizada la conversación. De todos modos, siempre se han ido cuando termino. Alargo la ducha para no volver a ver a la rubia. Amber, o Aly, o comoquiera que se llame; imposible acordarme, se me mezclan todas en la cabeza, no son más que un revolcón, uno tras otro. Y, ahora que va a empezar la temporada de nuevo, no voy a beber como anoche en bastante tiempo. Tengo que estar alerta y dar a los patrocinadores motivos para estar contentos. De todas maneras, no suelo emborracharme; necesito conservar una perfecta forma física. Al fin y al cabo, soy una de las mejores pilotos de Fórmula 1, lo cual significa que tengo una imagen que mantener. A ver, contestando a la pregunta de la rubia, sí que me porto como una imbécil.

Pero no es que vaya ocultándolo. La gente como ella no se acuesta con gente como yo esperando que le haga cariñitos y le diga tonterías al oído después de un buen revolcón. No termino de entender qué pretenden las mujeres como ella cuando se alteran después de coger., Para mí las chicas son de usar y tirar, no puedo evitarlo. Y ellas saben lo que hay, y aun así hacen cola en las discotecas y me doran la píldora deseando que me las lleve a la cama. Me usan igual que yo las uso a ellas. Un polvo rapidito sin compromiso para liberar el estrés. Y yo tengo mucho estrés del que liberarme. Hace unas semanas, Bandini contrató a Jennie Manobal como segundo piloto. Mi rival es ahora mi compañera de escudería. Una niñita insufrible al que le gusta ir con todo sin importar las consecuencias. Es cierto que conduce bien, y eso lo respeto, pero aún le queda mucho por aprender del deporte. Un montón de lecciones que estaré encantada de enseñarle, como cuándo retroceder y cómo pedir perdón por un puto accidente casi mortal que has provocado tú. Cosas así. Es alucinante que Bandini lo haya contratado a pesar de nuestro historial de desencuentros. Así que me he dedicado a hacer lo que cualquier persona sensata habría hecho para matar el tiempo durante el parón de invierno. Anoche me puse una peda tremenda, una copa, acabaron siendo cinco, y aquí estoy, despertando al lado de una tipa que me llama imbécil a la cara. A decir verdad, algunas me consideran atenta; me aseguro de que tengan varios orgasmos antes de venirme yo, porque mi abuela me educó para ser un persona considerada, al contrario que mis padres. Pero no puedo culpar a la rubia borde por mi mal humor. Mi ira se debe al nuevo contrato de Manobal con Bandini. Ahora tengo que compartir escudería con un idiota que ni siquiera me cae bien, y nuestra rivalidad no ha hecho sino empeorar desde que se chocó contra mí durante el Gran Premio de Abu Dabi. Menudo desastre causó, mi coche quedó irreconocible tras la colisión, inutilizable, hubo que retirarlo. Y Manobal se benefició de mi derrota. Ganó el campeonato mundial gracias a mi accidente.

Jennie va despreocupada, pero es una farsa. Incluso en esa clase de situaciones tan tensas, calcula con precisión qué movimientos llevar a cabo en el trazado, dispuesto a hacer lo que haga falta para acabar en el podio. Es una cabrona con pelotas. Me queda poco respeto por ella después del choque, aunque no la culpo, como dice la gente. En su momento sí, pero, tras mucha reflexión, he llegado a la conclusión de que no fue ella quien me costó el campeonato mundial. Fui yo. El motivo real por el que no la soporto es que su temeridad casi me deja ingresada en un hospital, y eso es algo que no se olvida fácilmente. Pretendo tener un trato cordial con ella, ya que debemos actuar como compañeras de escudería. No hace falta que nos pongamos a compararnos el tamaño, para ver quién es la mejor, mis habilidades como piloto hablan por sí solas. Es decir, que puedo limitarme a esperar sentada mientras ella demuestra que merece el dinero que le han pagado este año. Me causa curiosidad ver cómo se desarrolla todo, quién rinde mejor. Se acabaron las excusas, porque en igualdad de condiciones ganará la mejor piloto. Y todo el mundo sabe quién es la mejor, suena el móvil encima de la cómoda.

Mi padre. Me debato entre coger el teléfono y dejar que salte el buzón de voz. Me decido por lo último y empiezo a alejarme cuando se pone a sonar de nuevo. Procuro evitar todo tipo de contacto con él, pero no me apetece retrasar lo inevitable, así que acepto la llamada.

—Papá. ¿Cómo estás? —Me encajo el móvil entre el hombro y la oreja mientras cojo la bolsa de deporte.

—He leído las noticias. Bandini ha metido a Jennie en la escudería. ¿En qué están pensando? Apenas ha demostrado valer nada. —Su voz áspera traspasa a través del pequeño altavoz.

—A mí también me alegra saber de ti. —Mis palabras encierran el encono habitual, porque lo de ser unos idiotas lo llevamos en los genes.

—No estoy para tonterías, Roseanne. Esto es serio, la tipa esta ya te ha jodido antes. Tienes que andarte con mil ojos esta temporada, no dejes que te tome la delantera.

—Lo del accidente ya es agua pasada, podemos olvidarnos de eso. No me preocupa lo más mínimo un piloto que tuvo suerte una vez. Compruebo que la rubia de antes se ha ido de verdad, no me apetece otro encontronazo con ella. «No hay moros en la costa.» Cojo las llaves y cierro bien la puerta de mi apartamento de Mónaco.

—No he invertido una millonada en esa empresa para que se dediquen a poner en peligro tu carrera. Si se creen que una cría va a tener los mejores recursos sin mostrar si vale para algo..., están muy equivocados.

—Mejor esperemos a ver cómo se las gasta antes de ponernos a despotricar de Bandini —comento frotándome los ojos—. Dudo que pueda superarme así otra vez, fue pura suerte. Un golpe fortuito que me hizo perder el control.

—Exacto, no volverá a pasar. No la cagues más; no puedes ceder a la presión cuando estás en la cima de tu carrera. «Gracias por el apoyo, papá.»

—Sí, suena a algo típico de mí. En fin, hablamos luego. Adiós. —Cuelgo sin esperar a que me conteste.

Mi padre no puede evitar ser un idiota, pero al público le cae bien, así que toda la ira reprimida la descarga conmigo. Siempre se sale con la suya. Todos los problemas los resuelve con dinero, amenazas o portándose como un déspota. Mudarme al otro lado del océano Atlántico no ha sido suficiente para alejarme de él. Incluso con la loquísima diferencia horaria entre Europa y América, se las arregla para contactar conmigo. Todas las carreras en las que se digna honrarnos con su presencia acaban siendo un espectáculo desastroso. 

Los fans dicen que pertenezco a la realeza de la Fórmula 1, la princesa heredera del «increíble» Mason Park, del que se sigue hablando como si fuera uno de los mejores pilotos de la historia de la Fórmula 1. Qué afortunado soy de tenerlo siempre encima, recordándome todo lo que hago mal y señalándome en qué debo mejorar. Sí, mi carrera comenzó gracias a él, y agradezco todo lo que ha invertido en mí para ayudarme a llegar adonde estoy ahora, pero yo corro todos los fines de semana, demostrándoles a él y al mundo entero que también voy a ser una leyenda. El mundo del automovilismo ha cambiado mucho desde que él competía, hace veinte años. Los monoplazas de ahora se mean en las chatarras que conducía él, y son lo que hace que la Fórmula1 siga siendo tan popular hoy en día. Un deporte lleno de tensión, riesgo y velocidades extremas. En el teléfono suena una notificación. Un mensaje nuevo.

Papá (24/12 10:29): Acabo de comprar los boletos de avión para Seúl.

«Feliz Navidad a ti también, papá.»

A toda velocidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora