L.M. 3

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Han pasado tres meses desde que Jennie fichó por Bandini Racing. Sigo viviendo con ella mientras se prepara para la temporada que se acerca y me entretengo poniendo al corriente mi vlog. Quiero compartir todos mis viajes con Jenn a lo largo y ancho del mundo. Tengo el ordenador hasta arriba de información que he recopilado sobre qué hacer en cada ciudad en el tiempo que ella pasa ocupada con los entrenamientos. Me llena de orgullo ser tan previsora. Inhalo el aroma exótico de Melbourne (Australia). Bueno, vale, el olor no es tan exótico como me esperaba; lo que percibo es más bien una mezcla de humo de tubo de escape y combustible para aviones, ya que el Outback queda bastante lejos de aquí. Por ahora no voy a conseguir nada mejor. Pero sí que se siente extraño en cierto modo, y me regodeo en mi primera experiencia visitando otro continente. El primer Gran Premio que le toca disputar a Jennie es lo que los expertos llaman una carrera flyaway, es decir, que tiene lugar en un continente que no es el europeo, donde por tradición se encuentra la mayoría de los circuitos. Me he esforzado en ponerme al día con la terminología del deporte, no quiero que los fans piensen que no sé de lo que hablo.

Intento despedirme de una de las azafatas con una expresión típica de Australia al salir del avión, pero me sale el tiro por la culata y acaba pareciendo que me estoy riendo de su acento. A la mujer no le hace gracia mi intento de broma, así que elimino la expresión de las notas de mi móvil en cuanto piso el aeropuerto. Tengo una lista de frases típicas de cada país para no hacer el ridículo, al menos no más de lo habitual.

«Nota mental: no volver a imitar acentos.»

Estiro bien las piernas medio dormidas tras veinte horas de viaje, y mis músculos lo agradecen. Jennie recoge mi equipaje de la cinta mientras yo ubico la limusina que nos pone Bandini. Nos dejan en el hotel donde se aloja toda la escudería. Echo un vistazo al elegante recibidor y me entretengo contemplando una pintoresca obra de arte mientras Jenn habla con el recepcionista. Después escribe a su asistente para asegurarse de que todas las reservas de alojamientos son de suites con dos habitaciones, porque a veces no es capaz de comportarse como un adulto independiente. Nuestra suite tiene un aspecto muy limpio y moderno, con una paleta de color minimalista y un balcón que da al circuito. Me lanzo al sofá de la sala de estar. Los comodísimos cojines me envuelven por completo como si me estuvieran dando un abrazo después de un día duro.

—Tengo que ir a un par de reuniones con patrocinadores antes de probar el coche nuevo. ¿Estarás bien sin mí? —Me observa con sus ojos marrones mientras se pone una gorra de Bandini.

—Claro. Tengo planes para todo el día, no te preocupes por mí. —Le dedico una sonrisa amplia.

—Siempre me preocupo por ti. Eres un desastre.

—Puedes ahorrarte las críticas —digo poniendo cara de ofendida, se limita a despedirse de mí con la mano y sale de la estancia.

Le tiro una almohada, pero la puerta se cierra antes de alcanzarla y fallo por unos segundos. Echo un vistazo a mi alrededor. Esta suite no tiene nada que ver con las habitaciones donde se alojaba antes: la tele es igual de grande que la cama de mi piso, hay una mesa de comedor en la que cabrían ocho personas y un enorme sofá modular. Tras ponerme el traje de baño y coger la cámara, salgo de la habitación. Me ruge el estómago mientras recorro el hotel, así que decido tomarme un tentempié antes de ir a la piscina. Me relajo en una tumbona y siento la tentación de echarme una siesta. Mi cuerpo finalmente cede al jet lag y acabo quedándome frita con el sol envolviéndome como una manta y bronceándome la piel. Más tarde me arrepentiré de esta decisión.

—Tengo una rueda de prensa hoy y me gustaría que vinieras —dice Jennie mientras entra en mi cuarto y se desploma en mi cama. Los entrenamientos libres la dejan sudado y pegajosa, y la piel sucia resalta sobre el edredón blanco.

A toda velocidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora