L.M.1

70 14 0
                                    



—Lisa Manobal, graduada en Comunicación Audiovisual —anuncia una voz tanto en inglés como en español.

Mis padres y Jennie me dedican una sonrisa radiante desde sus asientos aun lado del escenario, agitando pancartas entre los familiares del resto de los graduados de la Universidad de Seúl, recojo el trozo de papel más caro del mundo y, al sentir la textura rugosa en las yemas de los dedos, me acuerdo de todos los esfuerzos que he hecho para llegar hasta aquí. Vuelvo a sentarme en el mar de alumnos ataviados con togas de poliéster barato. Después de unos cuantos discursos, cambiamos la borla del birrete de lado y acaban así nuestros días en la universidad. Cinco años y dos cambios de carrera más tarde, por fin puedo decir que estoy graduada. Por lo visto, no estaba hecha para la biología (me desmayé durante una clase de laboratorio en la que teníamos que practicar una disección cuando mi compañera abrió el vientre a un cerdito), y el derecho no terminó de convencerme (me fui corriendo a vomitar a una papelera en medio de mi primer debate, justo antes de que empezara el turno de preguntas).

Puede que alguien vea estos cambios de rumbo como fracasos, pero a mí me parece que me han forjado el carácter. Además de brindarme una tolerancia inmensa a cagarla. Al hacer prácticas en empresas descubrí que lo que me interesaba eran el cine y la producción. Ya me veo aumentando el número de graduados en paro, porque encontrar trabajo en esa industria es mucho más difícil de lo que me imaginaba. Me uno a mi familia fuera, con las preciosas vistas de Seúl recibiéndonos mientras el aire fresco de diciembre me eriza la piel; es lo que tiene ir con el modelito cutre de graduada en estas fechas. Nos unimos en un abrazo grupal y después se ponen a sacarme fotos. Recibo un cargamento de felicitaciones y besos, además de un sobre que me desliza Jennie, mi hermana, sin que nadie la vea.

—Para la graduada. Mira que te ha llevado tiempo... —Me dedica una sonrisa antes de dar un manotazo de broma al birrete.

Se nota que somos hermanas, pero también somos bastante distintas, gracias a Dios. Ambas tenemos el pelo castaño oscuro, grueso, que combina a la perfección con nuestros ojos, pestañas largas y piel aceitunada. Y ahí se acaba el parecido. Jenn ha heredado el gen de la altura de algún pariente lejano, mientras que yo dejé de crecer a los catorce años, luce una sonrisa boba, y yo prefiero optar por una sonrisilla traviesa a juego con el brillo de mis ojos, hace ejercicio todos los días; yo, en cambio, considero subir y bajar las escaleras para ir a clase mi entrenamiento diario. El teléfono de Jenn suena y se aparta para contestar. Mi madre me coloca en otra pose para seguir haciéndome fotos. Ella y yo también nos parecemos: ojos grandes color miel y cabello ondulado con volumen suficiente para estar presentables nada más levantarnos.

—¡Estamos tan orgullosos de ti...! Nuestras dos niñas están triunfando—se congratula mi madre mientras me hace una foto en el momento exacto en el que pongo los ojos en blanco. Su acento tiene algo reconfortante; será cosa de haber aprendido inglés de los huéspedes del hotel en el que trabajaba. Suelto un gruñidito cuando me planta un beso enorme en la mejilla, dejándome un manchurrón de pintalabios. Mi padre dice algo sobre que debería empezar a tratarme como a una adulta. Vaya, vaya, así que ahora soy una adulta madura, todo por haberme puesto un birrete de graduación en la cabeza. La sonrisa se refleja en sus ojos marrones, lo cual hace que se le formen unas arruguitas en la comisura de los párpados mientras me mira. Él también tiene el pelo denso, como Jenn, luce una barba corta y es bastante delgado. Jennie es como una versión más joven y de nuestro padre.

—¿Quién quiere ir a comer algo? —pregunta este mientras se frota la barriga. Jenn vuelve adonde estamos con el rostro más pálido de lo habitual. Se acerca a mí y me dice al oído:

—Lo siento por esto, pero se van a enojar si se enteran por alguien que no sea yo. Me giro hacia ella, confundida por sus disculpas. Mi hermana respira hondo antes de esbozar una sonrisa.

A toda velocidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora