VII

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LUCERYS

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LUCERYS

Antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, la voz de Aemond cortó el aire pesado del salón.

— Ah, Lucerys — dijo él, su voz cargada de ironía resonando en las frías paredes de piedra. — No tengas tanta prisa por salir. Tenemos asuntos pendientes entre nosotros.

Me volví lentamente, sintiendo mi corazón acelerarse en mi pecho.

— ¿Qué quieres, Aemond?

Se acercó, su mirada afilada como una hoja, penetrante y llena de odio contenido. A mi lado, John se tensó; sus hombros rozaron los míos, rígidos y listos para actuar.

— Sabes bien lo que quiero. Quiero lo que me fue arrebatado, Lucerys. Un pago por tu error.

Sentí la ira crecer en mi pecho, pero traté de mantener la voz firme.

— Hablas como si fuera uno de tus súbditos — respondí, mi voz firme a pesar de la tensión. — Lo que pasó entre nosotros fue un accidente. Yo era solo un niño, y tú lo sabes.

Aemond soltó una risa fría, amarga, que resonó como el sonido de una campana fúnebre.

— ¿Un accidente? Me arrancaste el ojo, Lucerys. No olvides que no eres el único que lleva cicatrices. El dolor que me causaste no será olvidado, y ahora quiero mi pago. Ojo por ojo.

Con un movimiento brusco, arrojó un cuchillo a mis pies. La hoja brillaba en el suelo, reflejando la frialdad que veía en sus ojos.

La presión en el salón aumentó, casi sofocante. Podía sentir la tensión apoderándose de mi cuerpo, cada músculo preparándose para reaccionar. John estaba a mi lado, los puños apretados y listos para actuar, pero lo contuve con un leve gesto. No era el momento de iniciar una pelea. Le había prometido a mi madre que regresaría entero.

— No puedes exigir esto — dije, tratando de mantener el tono controlado. — Esto no es justicia; es venganza.

— La venganza es lo que me mueve — respondió Aemond, inclinándose ligeramente hacia adelante, con los ojos fijos en mí. — ¿Crees que puedes entrar aquí, en la casa de los Baratheon, hablar sobre tu "Reina" — se burló, cargando el término con desprecio —, que más parece una cortesana de la Calle de la Seda, y no enfrentar las consecuencias? Estás muy equivocado.

Miré al Lord Borros, buscando alguna señal de intervención, pero él solo observaba la escena con indiferencia, los brazos cruzados. El hombre que podría haber sido nuestro aliado ahora era un espectador impasible.

— No tengo miedo de ti, Aemond — declaré, sintiendo cómo la confianza crecía en mi voz. — No puedes intimidarme.

— ¿Intimidarme? — Aemond se burló, una sonrisa cruel apareció en sus labios. — No necesito intimidar. Simplemente puedo tomar lo que es mío.

𝑳𝒂 𝑺𝒆𝒎𝒊𝒍𝒍𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒓𝒂𝒈𝒐́𝒏 | Lᴜᴄᴇʀʏs VᴇʟᴀʀʏᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora