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LUCERYS

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LUCERYS

Cada día, el castillo parecía cerrarse sobre sí mismo, como si las piedras a mi alrededor susurraran secretos de alianzas perdidas. Las noches eran un laberinto de reuniones clandestinas, miradas furtivas y murmullos que se disipaban ante la presencia de extraños. La tensión en el aire era palpable; hasta el más mínimo gesto era examinado, y un desliz podría costar mucho. Yo era solo una pieza en un juego de ajedrez, y cada movimiento tenía su peso.

La responsabilidad pesaba sobre mí como una armadura que no estaba seguro de poder soportar. En los momentos de soledad, la duda me atormentaba: ¿estaba realmente preparado para lo que estaba por venir? La cena de esa noche aún resonaba en mi mente, y la imagen de mi abuelo tratando de mantener la compostura me perseguía. Sus ojos, que un día brillaron con vida, ahora parecían apagados, como si el sol se hubiera escondido tras nubes oscuras.

Mientras caminaba por los pasillos del castillo, encontré a mi madre en sus aposentos. Estaba sentada en la mesa, rodeada de pergaminos y documentos, la suave luz de la ventana iluminando su rostro. El aire estaba impregnado con el olor a tinta y cera, y la concentración en su semblante era casi palpable.

— Madre —llamé, rompiendo el silencio. Sabía que el peso de la corona recaía sobre sus hombros. Rhaenyra levantó los ojos hacia mí, y una sonrisa cansada se formó en sus labios. Era una expresión que decía más que mil palabras, mezclando amor con una preocupación constante, como si estuviera siempre al borde de un abismo.

— Lucerys —respondió, su tono suave pero firme—. Pareces preocupado.

— No sé si estoy listo —admití, la vulnerabilidad deslizándose en mi voz—. ¿Qué pasa cuando el Rey ya no esté? ¿Y si los demás no aceptan nuestra legitimidad?

Se levantó y caminó hasta mí, colocando sus manos sobre mis hombros, un gesto que siempre me había traído consuelo.

— Eres más fuerte de lo que piensas, hijo mío. Recuerda, la sangre Targaryen corre por tus venas. Tenemos dragones, y eso nos conecta con los dioses.

Sus palabras resonaron en mi mente mientras trataba de aferrarme a ellas. Era cierto que éramos Targaryen, que nuestra línea era poderosa. Pero, a medida que las intrigas se intensificaban y la confianza escaseaba, el miedo se instalaba en mi corazón.

— ¿Y si nuestros dragones no son suficientes? —pregunté, la duda pesando como una ancla.

— Entonces usaremos nuestras mentes y nuestras alianzas —respondió, su voz firme—. Y, sobre todo, nos mantendremos unidos. Ahora, más que nunca, necesitamos coraje y sabiduría. Y yo te necesito a mi lado.

La miré, sintiendo el peso y la fuerza de sus palabras. Ella creía en mí, y eso significaba más que cualquier otra cosa. La inseguridad que me atormentaba comenzó a disiparse lentamente, dando paso a una determinación renovada. No estaba solo; juntos, enfrentaríamos lo que fuera que estuviera por venir.

𝑳𝒂 𝑺𝒆𝒎𝒊𝒍𝒍𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑫𝒓𝒂𝒈𝒐́𝒏 | Lᴜᴄᴇʀʏs VᴇʟᴀʀʏᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora