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Está sentado en la cama aún en calzoncillos y enfundado en una camiseta imperio. El traje de los domingos está estirado sobre la colcha y los zapatos recién lustrados reposan a sus pies. Sarah siempre decía que para impresionar a una dama hay que cuidar los detalles y no tiene intención de decepcionarla. Aún no acaba de creerse que ya no esté.

Desde la mesilla de noche tres figuras lo miran sonrientes. En la foto, Sarah tiene entre sus brazos a dos criajos de siete y seis años. Siempre le ha gustado la sonrisa socarrona de Steve, amplia y sin complejos, aún cuando esa mañana se le había caído una de las paletas. Entonces ya le pasaba una cabeza y había decidido que su misión en la vida iba a ser proteger a ese enano.

Sarah siempre ha estado ahí curando cortes y golpes con la paciencia de una santa. El sofá de los Rogers ha sido muralla, fuerte y barco pirata; ha visto asaltos y emboscadas; ha sido cama elástica y base secreta. Teniendo dos hermanas, casa de Steve era como el paraíso. Pero no todos los recuerdos en ese sofá son buenos: también recuerda las muchas veces que Steve ha estado enfermo, tiritando y con el cuerpo hirviendo, o ahogándose como un pez fuera del agua.

Hay un recuerdo en concreto que se le ha quedado grabado a fuego. Acababa de cumplir nueve años y ese día se había peleado con Steve. Cuando lo más parecido a una chica que había a su alrededor eran su madre y sus hermanas... Besar a Marion o Becca... Aargh.

Cuando Sarah llegó a casa esa noche se lo encontró solo en el comedor, acurrucado en el sofá, frunciendo el ceño. Recuerda haberla asaltado con sus dudas antes de que pudiera siquiera quitarse el abrigo.

–¿Es normal que alguien se enfade por un beso?– se frotó las manos en el pantalón, nervioso.

–Oh, Bucky– Sarah parecía divertirse –¿Qué jovencita es la afortunada que ha robado el corazón de nuestro James Barnes?

–¡Ninguna!– el tono de alarma en su voz lo había cogido de improviso.

–Cielo,– la madre de Steve se había sentado a su lado –a una dama hay que tratarla con respeto y paciencia. Sé todo un caballero y no va a poder resistirse a tus encantos.

Dios... Tanto drama por un puto beso. Se levanta, no recuerda haberse puesto los calcetines. Recorre con sus dedos el pelo todavía húmedo intentando calmarse. Quince años después él es todo lo que Steve tiene y el muy mamón es incapaz de dar señales de vida. Cierra los ojos y cuenta despacio hasta tres. Primero la camisa. No es difícil. Steve está bien. Una manga, después la otra. Steve nunca haría ninguna tontería. El último botón está demasiado suelto. En realidad Steve es el rey de hacer tonterías pero no esas tonterías.

–¿Aún estás así?– le da un vuelco al corazón cuando oye la voz de su vieja –A veces eres peor que tus hermanas.

–Y más guapo– intenta dibujar su sonrisa pícara pero queda muerta en su rostro.

–Shh,– su madre se acerca y, obligándolo a agacharse un poco, lo besa en la frente –Estará bien, aún te tiene a ti.

Al llegar al cementerio, el servicio en memoria de Sarah ya ha terminado y él no ha estado allí para apoyar a Steve. Debbie sigue lloriqueando porque le duelen los pies. Se muerde el labio intentando controlar el cabreo; se suponía que sus viejos iban a recoger a Steve pero la princesita ha decidido que tirar sus zapatos nuevos por la ventana era una buena idea.

–¡Pues que vaya descalza!– habían gritado su viejo y él a la vez.

Pero no... Los zapatos habían tardado una eternidad en aparecer y para cuando su padre ha arrancado la vieja Ford, ya iban veinte minutos tarde.

HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora