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Pervertido. Invertido. Marica. Es lo que es. Puede mentir al mundo y construir su vida alrededor de una farsa pero no va a poder seguir mintiéndose a sí mismo. Por más que rece, su atracción hacia el cuerpo masculino no va a desaparecer. Ya ha perdido demasiado tras el alcohol y la ira. Su madre ha intentado ser paciente, pero sabe que muchas noches se ha dormido con lágrimas en los ojos. Su padre aún no le ha perdonado que jugara con su reputación. Y sabe que Frank ha prometido partirle las piernas. Luego está Molly. No tiene muy claro que va a contarle. Desde luego no la verdad, pero necesita disculparse. Suspira. Es una desgracia como ser humano.

Sobrio por primera vez en muchas semanas, se persona ante Molly. Se merece el guantazo. En realidad se merecería que Molly le cerrara la puerta en las narices. Sentados uno al lado del otro, sabe que es lo que ha venido a decir.

–Lo siento– son palabras difíciles de pronunciar sin que suenen huecas.

Molly asiente y le coge la mano.

–No me hubiera importado seguir siendo su sustituta.– sus labios se tocan por un instante. –Me gustas de verdad, ¿sabes?

Bucky la mira con cara de estupefacción, sin comprender lo que Molly le está diciendo.

–¡Oh, vamos!– su risa es jovial –Aún sé cual es mi nombre.

Debe de estar satisfecha, no es fácil conseguir que Bucky Barnes se sonroje.

Por las tardes, se sigue sentando en su solar. Las botellas han desaparecido. Sigue observando el portal, con sus ladrillos rojizos y se imagina subiendo las escaleras, volviendo a casa después de su turno en los muelles. Ya no trabaja allí, de acuerdo, pero en su imaginación es libre de hacer lo que quiera. Los dibujos de Steve estarían por todas partes, sus dedos sucios de carboncillo. Lo abrazaría hasta que Steve, rojo como un tomate, le suplicara que lo soltara. La habitación sería pequeña y apenas contaría con una mesa y un par de sillas. Y sería perfecto. Pero es realista. Conoce demasiado bien a Steve y sabe que no se va a conformar con nada que no sea la verdad.

La verdad no es una opción.

Necesita hacer algo. Así que, sin ser capaz de encontrar el valor para llamar a la puerta, escribe pequeñas tonterías esperando que hagan sonreír a Steve. Cosas como: "Eh, mamón, echo de menos que me llames imbécil" o "¿Un perrito en Nathan's? Invito". Todas sin excepción terminan con un "Lo siento".

Por Dios... Es Steve, no debería ser tan difícil. Mira el papel entre sus dedos y lee: "Demuéstrales lo que vale un chaval de Brooklyn". Es ahora o nunca. Steve se marcha a Chicago. Respira hondo al pulsar el timbre. Ya no hay marcha atrás. Oye ruido al otro lado y con un chirrido la puerta se abre.

Lo primero en lo que se fija es el labio partido y el morado bajo el ojo. Tiene mal aspecto. Steve respira con dificultad. Tras él, ve una botella de agua oxigenada, algunas gasas y sus cigarrillos para el asma sobre la mesa.

–¿Qué quieres?– gruñe en el mismo tono y la misma postura con la que se encara a los matones.

–Steve, ¿podemos hablar?– juega con el trocito de papel en sus manos.

–¡Ah! Ahora quieres hablar.– Steve alza los brazos exasperado. –Lárgate, Buck.

–No, Steve. Escucha– apoya la mano contra la puerta.

–No Buck, ¡escúchame tú!– grita clavando el índice en el pecho de Bucky –Ya dejaste muy clara tu postura. No necesito caridad de nadie, ¡puedo apañármelas solo!– y cerrando la puerta añade –Buenas noches.

Con el cambio de mes ha llegado la nieve y la mitad de conductores en Brooklyn parecen haber perdido un hemisferio. Tras casi empotrarse contra otro vehículo, ¡el muy subnormal!, estaciona la furgoneta. En realidad era su viejo quien iba a llevar a Steve a la estación. No tiene claro que venir haya sido una buena idea pero necesita intentarlo una última vez antes de que Steve se marche. Suspira y estampa la frente contra el volante.

HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora