Hoy es su cumpleaños y el plan es arrastrar a Steve hasta Coney Island, comprar unos perritos calientes y no pensar en nada más que en divertirse. Si algo ha aprendido en sus veinticuatro años de vida es que la mierda nunca viene sola y menos si eres Steve Rogers: su cuerpo tiene tendencia a traicionarlo en los peores momentos y esta vez lo ha dejado sin su trabajo en el colmado del Señor O'Donnell. Un mal resfriado y a la calle. Y Steve aún es capaz de decir que es un buen hombre... Un buen hombre, ¡y un cuerno! Pero hay que ser optimista y congratularse de que hasta la estupidez de Steve tenga un límite. Al menos ha conseguido quitarle de la cabeza la idea de vivir por su cuenta.
Siendo su habitación la más pequeña de la casa con diferencia, aún no acaba de creerse que hayan conseguido meter el segundo somier. La mesilla de noche ha desaparecido para hacer espacio y, aún y con esas, apenas cabe su armario roñoso. Ver las dos camas, una junto a la otra, es como volver atrás en el tiempo: a esos fines de semana en los que se quedaba a dormir en casa de Steve, despiertos hasta tarde con las luces apagadas hablando de todo y de nada, riendo por tonterías y comiendo galletas a escondidas. Echa de menos su sonrisa fácil, esa alegría contagiosa, incluso sus comentarios sarcásticos. Estos días Steve vive encerrado tras su cuaderno de esbozos. Sonríe poco. Habla poco. Incluso come poco.
Tiene clavada la imagen de Steve hecho un ovillo, llorando aferrado a un pequeña medalla de la virgen; lo único de su madre que se ha permitido conservar. Por más que lo intente, es incapaz de imaginarse cómo tiene que ser vender toda una vida de recuerdos. Ha sido tan horrible oírlo balbucear "son sólo cosas, Buck". Necesita tiempo.
Intenta darle tiempo, de verdad que lo intenta, pero tras verlo languidecer un día tras otro, como alguien le vuelva a decir que debe tener paciencia... ¡A la mierda con la paciencia!
Así que aquí están, en Nathan's comprando un par de perritos, caminando entre la muchedumbre. No acaba de creerse la facilidad con la que Steve ha aceptado someterse tras murmurar "sólo dime que no es una doble cita".
–Steve,– sentado en un banco, cerveza en mano, se relame los dedos aceitosos –explícame por qué siendo mi cumpleaños estoy aquí contigo y no bailando con alguna chavala.
–Mmm– Steve sigue con la mirada fija en su cuaderno –¿Masoquismo? No lo sé Buck, eres tú quien ha decidido que era buena idea.
En el papel apenas hay cuatro líneas que parecen no tener ningún sentido. Ha visto muchas veces a Steve esbozar un dibujo, formas simples que le permiten valorar la composición antes de empezar a añadir detalles. Dentro de poco empezarán a aparecer pequeñas lucecitas por todas partes y gente paseando por Surf Avenue y sin saber cómo, en un instante, la imagen cobrará vida propia. Es la magia de Steve.
–Sí, y aún no entiendo por qué– añade cuando un par de chicas entran en su radar.
Los están mirando. Una de ellas es castaña y menuda; la otra pelirroja y llamativa. Son bonitas. Pasean cogidas del brazo. Les sonríe descarado y la castaña se ruboriza al cruzar miradas.
–¡Mira Nora,– la más alta de las dos las arrastra hasta el banco y señala el dibujo –es precioso!
La pelirroja se ha presentado como Janet y parece haberse enamorado de los dibujos de Steve. Se ha sentado entre los dos decidida a conseguir un retrato. Steve lo mira de reojo suplicando ayuda pero es demasiado divertido verlo sonrojarse. Nora sigue de pie, la mirada fija en el suelo, demasiado tímida para decir dos palabras seguidas. Dulce e inocente, ideal para Steve. Son buen material para una doble cita, para bailar y tomar una copa.
–¡Joseph!– la pelirroja alza el brazo saludando.
Quien debe de ser Joseph se acerca y se inclina para besar en la frente a Janet. Una camisa de manga corta totalmente desabrochada deja a la vista una camiseta interior algo ajada y sucia de sudor. Unos tirantes azul marino recorren el pecho fijando su atención en la silueta de los pectorales. Sus ojos vagan por el cuerpo de Joseph, espalda ancha, brazos fuertes. Cree haberlo visto alguna vez trabajando en los muelles. Se nota la piel de gallina. Janet sigue hablando pero no presta atención a nada de lo que dice. Los ojos de Joseph son tan oscuros que apenas se distingue el iris de la pupila. Las miradas se cruzan un instante. Conoce el juego. Dibuja una sonrisa pícara en su rostro y de repente nada tiene sentido: la mueca de asco, Joseph cogiendo a la pelirroja del brazo, los quejidos de Janet, Joseph tirando de ella y alejándose a pasos agigantados.

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Histeria
ФанфикEs el año 1942, con la amenaza de la Guerra cerniéndose sobre Brooklyn, James "Bucky" Barnes deberá aprender que, a veces, el peor enemigo se encuentra en el interior y que el camino hacia la aceptación es tortuoso.