Si no vas a Beacon, tendré que ir yo?!

Capitulo 5. Camino divergente

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Joan estaba atrapada en la oscuridad. Era un lugar frío y vacío, donde el tiempo parecía detenerse y cada pensamiento resonaba con una claridad cruel.

El recuerdo del Beowolf seguía ahí, como una marca que no podía borrar. Las garras desgarrando su brazo, el rugido ensordecedor, el miedo en los ojos de Jaune. Todo estaba tan fresco en su mente que casi podía sentir el dolor otra vez.

"¿Así termina otra vez?"

Había estado aquí antes, en esta quietud desesperante. Recordaba cómo había sentido que todo se escapaba de sus manos, la primera vez que había muerto. Había aceptado su destino entonces, pero esta vez era diferente.

Esta vez no estaba lista.

"¿Por qué siempre tiene que ser así? ¿Por qué siempre tengo que estar al borde de perderlo todo?"

Pensó en Jaune, en cómo la había mirado mientras corrían, su rostro lleno de culpa y miedo. Pensó en su familia, en las risas alrededor de la mesa, en los días soleados en los que entrenaba con su hermano.

Pero también pensó en sí misma.

"No quiero que termine aquí. No quiero que esta segunda oportunidad termine tan pronto."

Era un pensamiento egoísta, pero no le importaba. Quería vivir. No solo para Jaune, no solo para su familia, sino para sí misma.

"Tengo tanto que aprender, tanto que hacer. No estoy lista para dejarlo todo otra vez."

El dolor en su brazo parecía intensificarse en su mente, recordándole lo cerca que estuvo de perderlo todo. Pero también le recordó algo más: que había luchado, que había corrido, que había sobrevivido.

"Si pude hacer eso, puedo hacer más."

Por un momento, el vacío comenzó a llenarse de una cálida determinación. Podía sentirla, creciendo dentro de ella como una chispa que se negaba a apagarse.

"No voy a rendirme. No esta vez."

La oscuridad comenzó a disiparse, y Joan sintió como si algo la estuviera tirando de vuelta. Su cuerpo estaba pesado, pero la luz al final del vacío la llamaba.

"Viviré, por todo lo que amo en esta vida viviré!

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Cuando abrió los ojos, la luz del sol la cegó por un momento. El techo familiar de su habitación la recibió, y el sonido lejano de los pájaros llenaba el aire. Por un instante, no pudo moverse. Todo su cuerpo se sentía adolorido, pero el dolor más intenso provenía de su brazo.

—¡Joan! —Una voz conocida la hizo girar la cabeza, y allí estaba Celia, su hermana mayor, corriendo hacia ella con el rostro lleno de alivio.

Celia se arrodilló junto a la cama, tomando su mano con cuidado.

—Gracias al cielo, ya despertaste. Nos tenías a todos preocupados.

Joan intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Celia le pasó un vaso de agua y esperó pacientemente mientras bebía.

—¿Qué... pasó? —preguntó Joan finalmente, su voz apenas un susurro.

Celia suspiró, aunque una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Te desmayaste al llegar a la casa. Tenías una herida profunda en el brazo, pero mamá y papá se aseguraron de que estuvieras bien. Has estado inconsciente un día entero.