CAPÍTULO 1

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|Blair|


Ahí estaba yo, intentando sobrevivir como podía a todo este alboroto. Ahora estaba sola. Nadie sabe nada, la mayoría están muertos, escondidos o transformados en esas horribles criaturas con una temible hambre de carne humana.

Miré en las estanterías de la tienda en la que me encontraba, he podido recolectar poca cosa: cuerdas, agujas pero no hilo, algunas latas de conserva y pocos víveres más. O salgo ya de este lugar o no lograré llegar a mi objetivo antes de que anochezca, tengo que llegar a lo que fue mi casa como sea, necesito un arma de fuego desesperadamente. Por desgracia, el único sitio en el que se me ocurre mirar con altas posibilidades de conseguirla es en mi queridísima casa, la cual ahora simplemente es un conjunto de ladrillos, madera y pintura que me pilla más lejos de lo que me gustaría, pero bueno, así de paso aprovecho y cojo también algo de ropa y más cosas que seguro que me serán útiles en este mundo de mierda.

El camino hacia la casa fue tranquilo, a pesar de que había alrededor de 10km de distancia, me llevó menos de lo esperado ya que no hubo complicaciones. Podríamos decir que ha sido un recorrido bastante nostálgico, ir caminando por la carretera que recorrí tantas veces en otros tiempos para ir a la escuela, a la ciudad o para acabar en el campo de entrenamiento. En fin, vida pasada, vida que nunca volverá.

Atravesé la pequeña puerta que daba al garaje con sumo cuidado. Estaba vacío. El coche se lo llevaron mis padres en ese viaje que hicieron, el último viaje que les vi partir, ya que mientras estaban en él, el mundo cambió. Me dirigí hacia donde mi padre guardaba las armas, no había mucho que coger a pesar de que él tuviera permiso por ser militar. Limitaciones, leyes y esas cosas. Suspiré y abrí el armario de metal, me coloqué en el pantalón la pistola reglamentaria de mi padre y guardé dos cajas de balas. Había algunos cartuchos de escopeta pero no había escopeta por ningún lado, aún así los guardé también en la mochila. Nunca se sabe.

Subí a mi habitación y me quedé observándola con añoranza, esta será la última noche que duerma aquí y probablemente la última noche que pise la casa. Coloqué la mochila en la cama y ordené las cosas de su interior para hacer más hueco. Metí algo de ropa, la foto familiar que estaba en la mesilla y acoplé el saco de dormir a las correas. Poco, pero suficiente. Me dirigí a la cocina en busca de comida que no estuviera caducada, ni siquiera me atreví a abrir la nevera, ya olía aún estando cerrada. Encontré dos lata de mejillones junto a otra de carne con salsa, a mi hermano le encantaban. Giré el botón de los fuegos y, para mi sorpresa, sonó a que salía gas. Apreté el botón y la llama prendió, coloqué la lata de carne encima y esperé.

Un ruido me hizo girar la cabeza, cogí aire preparándome para lo que se podía venir. Había sido demasiado tranquilo el día, pensé mientras cogía el cuchillo más grande que encontré. Si puedo matarlo sin hacer ruido, mejor. Volví a escuchar otro sonido proveniente de donde se encuentra el garaje, alcé el cuchillo acercándome con sigilo, abrí la puerta lentamente y entré. Entrecerré los ojos para acostumbrarme a la espesa oscuridad, había algo de luz en el fondo, en la habitación de las armas. Es un humano, los no muertos no necesitan luces. Me guardé el cuchillo y saqué la pistola, caminé hacia la luz con la pistola en alto, lento y pasito a pasito, intentando no hacer el mínimo sonido, hasta que vi una figura husmeando en los cajones y me paré en seco. Buscaba con la esperanza de encontrar algo. Me lo llevé yo, capullo.

—Levanta las manos despacio y gírate hacía mí.—dije en un tono de voz que no sonaba para nada mío, sino a mi madre. Observé como el hombre hacía lo que ordené y retrocedí un par de pasos, no quería estar a su alcance, es alto. Se gira por completo y me quedo observándolo. Me resulta familiar, pero en la oscuridad no logro ver bien su cara.

Él. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora