Capítulo 4: Refugio

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La noche las envolvía nuevamente en la intimidad de un pequeño departamento que parecía haber sido testigo de sus últimos encuentros. La luz cálida del lugar contrastaba con el frío exterior de la ciudad, y en ese refugio, Becky y Freen se sentían separadas del resto del mundo.

Freen estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el borde del sofá, sosteniendo una copa de vino entre las manos. Becky, recostada a su lado, había cruzado las piernas bajo ella mientras la miraba con atención.

—Nunca me quedo en un mismo lugar por mucho tiempo —confesó Freen de repente, rompiendo el silencio. Su voz era baja, casi un susurro, pero había una honestidad cruda en ella que hizo que Becky se sentara un poco más derecha.

—¿Por qué no? —preguntó Becky, notando que la dureza habitual en Freen parecía desvanecerse.

Freen se encogió de hombros, mirando el líquido en su copa como si ahí estuviera la respuesta.

—Porque nunca termina bien. La gente siempre espera cosas, compromisos, promesas que no puedo cumplir. Es más fácil seguir adelante antes de decepcionar a alguien.

Becky permaneció en silencio, dejando que las palabras flotaran entre ellas. Freen rara vez hablaba de sí misma, y esto era un fragmento de su pasado que parecía haberse filtrado por accidente.

—No me decepcionas, Freen —dijo finalmente, con suavidad.

Freen levantó la mirada, sus ojos oscuros mostrando una vulnerabilidad que Becky no había visto antes.

—Todavía.

Becky negó con la cabeza, sus labios curvándose en una leve sonrisa.

—No creo que lo hagas. Esto... lo que tenemos, no es como nada que haya sentido antes. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Cuando estoy contigo, es como si todo lo malo simplemente desapareciera.

Freen soltó una risa suave, aunque había algo de tristeza en ella.

—¿Sabes qué es lo más irónico? —preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado—. Siento lo mismo contigo. Pero eso es lo que me asusta.

—¿Por qué?

—Porque nunca dura.

Becky dejó su copa a un lado y se inclinó hacia Freen, tomando su rostro entre las manos.

—¿Y si esta vez sí?

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, y Freen no respondió de inmediato. En lugar de eso, la atrajo hacia sí, sus labios encontrándose en un beso que no tenía las urgencias de las veces anteriores, pero sí una profundidad que ambas sentían hasta los huesos.

Cuando se separaron, Becky apoyó su frente contra la de Freen, cerrando los ojos.

—No necesito promesas ni garantías —murmuró Becky—. Solo... sé tú.

Freen tragó saliva, sus brazos rodeando la cintura de Becky como si temiera que se desvaneciera.

—No sé si puedo darte lo que mereces.

—No estoy pidiendo nada más que esto. —Becky sonrió, dejando un beso suave en los labios de Freen—. Solo tú y yo, aquí y ahora.

Se quedaron por un tiempo en silencio hasta que la pelinegra habló

—¿Sabías que el mar siempre regresa a la orilla? —dijo Freen, como si hablara consigo misma, pero lo suficientemente alto como para que Becky pudiera escucharla.

—¿Y la orilla siempre espera? —preguntó Becky, buscando la metáfora en sus palabras.

Freen la miró fijamente, y en ese momento, algo cambió entre ellas. Becky no necesitaba saber más. Por un instante, se dejó llevar por la idea de que las dos, por alguna razón, siempre volverían a encontrarse.

Y aunque Freen no lo dijera en voz alta, ambas sabían que su tiempo juntas sería breve, pero lo que vivieran en ese lapso lo era todo.

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Freen nunca le había contado a Becky la verdad. No era por desconfianza, sino porque, en su mundo errante, las palabras significaban poco. Freen era marinera, siempre en movimiento, siempre entre mares y puertos lejanos. Su vida estaba anclada a un barco que recorría horizontes infinitos, una existencia líquida, que cambiaba con las mareas. Nadie quedaba demasiado tiempo, porque la marea siempre la llevaba a otro lugar.

Sarocha no tenía una vida estable, ni un lugar al que llamar hogar. Su trabajo la llevaba de puerto en puerto, ciudad tras ciudad, y aunque lo disfrutaba, también sentía que su vida estaba incompleta. 

La noche en que conoció a Becky, la intuición le había dicho que se marcharía al día siguiente. Había tomado el lugar como un puerto temporal, un refugio pasajero donde las olas del destino la habían dejado varada, pero no había ninguna intención de quedarse. Sin embargo, algo en Becky la hizo cambiar de rumbo, como un faro que no se puede ignorar, iluminando su camino en medio de la oscuridad.

Al principio, se dijo que sería solo una noche, un remolino momentáneo en su vida de navegación. Pero al final, el viento que soplaba en sus velas la había dejado en tierra firme más tiempo del que jamás había planeado. No era algo que pudiera controlar, no lo entendía, pero ahí estaba, anclada en el mismo puerto que Becky había llegado a ocupar, como una corriente a la que no podía resistirse.

Cuando Becky pensó que Freen estaba rodeada de amigos aquella noche, en realidad estaba sola, jugando con la corriente. Los chicos con los que había conversado no eran más que estampa de un naufragio de compañía momentánea. Nadie conocía realmente a Freen, nadie se había adentrado en su mar interior, ni siquiera los que creían que sí lo habían hecho.

Pero Becky... Becky había sido diferente. Como una tormenta inesperada, un viento fuerte que arrastró su barco hacia ella. Freen no podía dejar de pensar en cómo su presencia era tan cálida como la espuma que besa la orilla, tan intensa como las olas que, por primera vez en mucho tiempo, parecían querer quedarse.

Cada vez que sus miradas se cruzaban, era como si se encontrarán en medio de una tormenta, con el viento de las emociones soplando con fuerza entre ellas. Freen, una marinera acostumbrada a navegar por mares de incertidumbre, sentía el peso de un ancla invisible. Sabía que debería marcharse, que no debía permitir que algo tan fugaz la atrapara, pero cuando estaba con Becky, la sensación de estar a la deriva desaparecía. Era como si el horizonte nunca hubiera sido tan claro, como si, en sus ojos, Freen pudiera ver un puerto al que siempre deseó llegar, pero al que nunca se había atrevido a navegar.

"Tal vez sea solo este puerto", pensó Freen mientras la miraba de reojo, sintiendo el peso de la marea levantarse a su alrededor. Pero algo en su pecho, ese vacío que siempre había llevado consigo, se llenaba al estar cerca de Becky, como si finalmente estuviera encontrando la calma en el medio de un mar que nunca había dejado de agitarse.

Freen nunca le dijo a Becky que su vida era un constante navegar, que su barco era un refugio que siempre había buscado pero nunca había encontrado. No se lo dijo porque, tal vez, nunca imaginó que podría atracar, ni que el faro de Becky la estaría esperando en la orilla.

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