Al llegar a casa entramos prácticamente de puntillas. Holmes nos hizo una seña para que guardáramos silencio. Avanzamos lentamente en las escaleras, para evitar que el agudo oído de la señora Hudson nos detectara y nos colmara, por enésima vez, con las regulaciones acerca de los invitados. Libramos el obstáculo sin dificultad.
El muchacho se sentó en el sofá. Holmes me pidió que avivara la chimenea mientras buscaba en su estante y otros lugares de la casa los fósforos. El joven respiró profundamente. Un destello de agradecimiento apareció en su rostro. No obstante, había algo en su fisonomía y sus movimientos que me hacían sentir incómodo, con todos mis sentidos alerta.
Holmes por fin encontró lo que buscaba bajo una pila de periódicos. Puso las cerillas en su bolsillo y se dedicó a observar al muchacho de pies a cabeza. En lo personal, decidí ofrecerle algunas compresas frías para bajar su fiebre y poder revisar su herida. El joven tomó una de las toallas y esbozó una sutil mueca de ironía. No comprendí su gesto, pensé que, tal vez, mi intensión le había molestado.
— Déjeme atenderlo. — Le dije mientras Holmes me acercaba el desinfectante y mi maletín.
El muchacho se replegó en sí mismo y movió su cabeza de forma negativa con sutileza.
— Se arreglará solo. — Contestó lacónicamente.
Su actitud me parecía arrogante, mas no era momento para juzgarlo.
— Puede infectarse y podría perderlo — Insistí, tratando de retirar el manto que llevaba.
—Eso no sucederá, doctor Watson — Repuso evitando que lo tocara. — Se lo aseguro.
Holmes estaba tras su sillón con los codos apoyados en el respaldo. Su barbilla descansaba sobre sus dedos entrelazados. No hacía esfuerzo para abrir la boca y ayudarme a convencer al muchacho. Repentinamente los ojos del joven y de mi amigo se encontraron. El muchacho no fue capaz de sostenerle la mirada y, después de unos segundos, volvió su rostro a las llamas que trepidaban en el hogar. El sonido de la habitación se hizo pesado. El tic tac del reloj, el ulular del viento azotando las ventanas y los chisporroteos de la madera que ardía con violencia.
Tras unos minutos de silencio Holmes suspiró.
— Para efecto de saber su versión de la historia, es preciso que nos revele, en primer lugar, su nombre. No creo necesario presentarnos. De alguna manera, usted ya sabe quiénes somos nosotros.
El muchacho sólo asintió.
— Me he aficionado a leer los casos que el doctor Watson ha publicado. — Agregó el joven lanzándome una sutil sonrisa.
Me sentí alagado, después de todo había alguien que le agradaba mi peculiar forma de escribir.
— ¡Vaya! ¿Eso es cierto? ¿Cuál le ha gustado más? — Repuse con una sonrisa que ocupaba toda la extensión de mi cara.
—Vamos, Watson. —Interrumpió Holmes. Sentí en su reclamo un toque de celos — Ya habrá tiempo para que intercambien impresiones sobre sus publicaciones.
— Si, por supuesto. — Respondí aún con el dulce sabor que deja la vanidad literaria complacida.
El muchacho se disponía a hablar cuando Holmes lo interrumpió. Una nota de severidad remarcaba sus facciones. Con el dedo índice a la altura de sus delgados labios lanzó una advertencia a nuestro visitante:
—Tenga cuidado con mentirme. Si lo hace, tarde o temprano lo descubriré. Así que no se arriesgue a salir de aquí cargado en cadenas y acompañado por algún inspector del Yard. — Aclarado el asunto, Holmes se acercó con pereza a la babucha persa y sacó un poco de tabaco. Lo incrustó en su pipa predilecta, la encendió y se acomodó en su asiento. Inhaló un poco del sabor de las hojas para, instantes más tarde, soltar con suavidad el humo por la nariz y la boca. Con un ademán educado indicó al joven que iniciara con su relato.
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El viajero de Baker Street
Science FictionEl viajero de Baker Street De la serie: Los archivos secretos de Sherlock Holmes. Diario apócrifo del Doctor John H. Watson. -Ha pasado un año desde que Watson visitó a Holmes en el 221B de Baker Street. Al llegar a las habitaciones de su solterí...