V. Al borde del abismo

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La hostería Alpha parecía haberse oscurecido a nuestro alrededor. Sólo éramos tres lúgubres figuras iluminadas por una vela que se estremecía en señal de fenecer.

— Escuchemos el resto de la historia Watson — Dijo mi viejo amigo con un tono de voz conciliador — Vamos, tome asiento, confíe en mí.

Asentí ligeramente y volví a mi silla. Por supuesto que confiaba en Sherlock Holmes. Miller era el que me colmaba los nervios.

— El gobierno juega con el tiempo. Lo manipula a su antojo. Cuando la historia es favorable la deja transcurrir, no obstante, si afecta sus intereses, interviene para torcer los eventos a su favor. Serví en sus filas por varios años, hasta que en una misión de reconocimiento resulté herido. — Continuó Miller con la mirada perdida en la débil llama de la candelilla. — Horrorizado, descubrí que no habían sido mis enemigos los que me habían atacado, sino mis propios compañeros. No sabía cuál era mi papel en toda la historia. Pero si era una de sus víctimas, tal vez mi deber iba más allá de ser un simple soldado. Entre los despojos del combate me dieron por muerto. Pude escapar de aquél infierno de la mano de un desconocido. El me salvó la vida a través de algunos instrumentos que agregó a mi kronus, el traje que uso para viajar en el tiempo. Gracias a él me convertí en la máquina que ustedes pueden ver. Sin reproche alguno me ocultó y me proporcionó todo lo necesario para que pudiera recuperarme. — Suspiró y volvió su mirada hacia nosotros — Transcurrieron algunos años que, ciertamente, me ayudaron a pensar y actuar. Decidí resarcir todo el mal que había hecho. Robé cuatro kronus, destruí todos los que poseía el gobierno y formé mi escuadrilla. Desde entonces he dedicado mis esfuerzos a echar abajo todos los planes de la dictadura.

— Pero, si usted arruinó todos esos atavíos ¿Por qué sus enemigos pueden viajar en el tiempo? — Agregué aún con una incesante duda rondando en mi cabeza.

— Al parecer, sólo pudieron rescatar algunos, en muy malas condiciones. El grandulón apestoso fue víctima del mal funcionamiento de su traje. Es más una masa andante que un humano. Es una abominación.

Holmes y yo no quisimos ahondar en ese comentario.

— Por lo visto la humanidad a pesar de haber alcanzado una gran erudición, sigue sufriendo de los mismos males. — Repuso Holmes con un gesto de resignación. — Joven Miller ¿No es posible que sus enemigos hayan fabricado más de esos prodigios? Seguro también poseen los medios y la inteligencia suficiente.

Miller negó con sutileza.

— No. Muy a mi pesar, el genio detrás del viaje en el tiempo y los trajes murió unos años después de que me rescató. Su tecnología es inimitable. Yo solamente he logrado descifrar parte de todo el potencial.

— ¿Dónde están los demás miembros de su compañía? — Inquirió Holmes.

— No lo sé. Algo impidió que llegáramos juntos al mismo lugar.

— Señor Miller, sólo resta que usted me explique algo más. — Dijo mi amigo tomando la última gota de su bebida con parsimonia.

Miller asintió suavemente.

Holmes depositó su vaso en la mesa y sacó de su bolsillo la barrita de cristal que habíamos analizado en Baker Street.

— Sé que usted presenció el asesinato de la señorita Rainhart. Estuvo tan cerca de ella que este objeto fue encontrado entre sus cenizas.

— ¿Qué? ¿Esa cosa es de él? — Quedé estupefacto — ¿Cómo lo sabe?

Miller bufó aliviado al ver el trozo de cristal entre los largos dedos de mi amigo.

— El grabado Watson ¿Recuerda? — Respondió Holmes. — La serie de letras y números son una fecha, comenzando por un mes y un día. 07. 28. 2893. Por supuesto, como ahora sabemos, incluye el año de donde el señor Miller proviene, sus iniciales, su regimiento y país de procedencia. Su porte era del tipo marcial. Esa clase de cosas siempre saltan a la vista.

El viajero de Baker StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora