II.La mansión Townsend

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Holmes me explicó en el camino que había recibido un mensaje de Lestrade. Tan sólo habían pasado doce horas y ya había un segundo homicidio. Esta vez se trataba de Sir Reginald Townsend. Dueño de un astillero.

La mansión del acaudalado caballero estaba cubierta por la nieve. Lo que le daba un aspecto lúgubre. Los árboles desnudos se sacudían bajo las ráfagas heladas. Subimos la amplia escalinata poco a poco. Holmes parecía contar los escalones o tal vez haber detectado algo en ellos. En realidad no intenté averiguarlo, me estaba, literalmente, congelando. Por fin llegamos a la parte superior donde nos reunimos con el inspector Lestrade, que se encontraba en la puerta principal acompañado del constable Bennet y la afligida dueña de la casa.

Holmes en ocasiones era algo tosco en sus modales. Esta vez sólo inclinó un poco la cabeza ante la dueña y los oficiales para, con su impetuoso caminar, pasarlos de largo sin decir una sola palabra. Por lo que yo tuve que presentarnos rápidamente y seguirle a la habitación donde se encontraban otros policías rodeando el cuerpo.

Al llegar nos abrieron el paso. Holmes me lanzó una mirada discreta. Yo asentí y nos dispusimos a realizar ese examen minucioso que siempre ejecutábamos en una "escena del crimen". Una nueva palabra que Holmes había acuñado para llamar al lugar de la acción delictiva en cuestión.

El cuerpo de Townsend yacía en el suelo a mitad de la biblioteca, junto a una gran ventana que tenía tres vidrios rotos y algunos manchones negros en los marcos. Según me lo hizo notar Holmes al dictármelo al oído. De manera discreta, raspó un poco del borrón oscuro y depositó el resultante en un sobre pequeño. El aspecto del cadáver de sir Townsend reflejaba que había muerto aterrorizado. Tenía los brazos abiertos en cruz. La expresión de su rostro estaba distorsionada por una mueca de angustia. Lucía como una gárgola de iglesia derruida por el tiempo. Sus dedos estaban torcidos, como si quisieran aferrarse al piso. Lo que parecía haber sido una prominente barriga, ahora lucía como un costal informe.

El frío me causa moqueo y constipación, me fue imposible percibir el aroma que despedía esa casa según afirmó Holmes. Me indicó que anotara en la libreta que el olor era ácido, penetrante, similar al amoniaco. Una vez más el cuerpo parecía estar hecho de mármol. Holmes me había dicho la verdad. No nos atrevimos a tocarlo. Traté de describir cada observación mía y de Holmes en la libreta. Anote rápidamente mis percepciones en cuanto a los escasos detalles post mortem.

—Watson, hay algo raro aquí— Murmuró Holmes poniéndose en cuclillas junto al occiso y moviendo su largo dedo índice suavemente para que me acercara, agregó.— Tome un poco de polvo de los dedos del cadáver.

Tuve que sentarme en el piso, ya que mi afección me impedía hincarme o imitar la posición de Holmes.

Obedecí.

— Es al tacto muy fino, como talco. —   Repuse notando que rastros de Sir Townsend se quedaban en las yemas de mis dedos.

— Aunque, la tonalidad de blanco no es exactamente la que vi en la señorita Rainhart.—  Agregó Holmes sacando de su bolsillo un pañuelo y unas pequeñas pinzas.

En ese momento el constable Bennet abrió la puerta impetuosamente para darle un aviso a Lestrade. El cuerpo se deshizo en el aire. Las partículas de lo que fuera Sir Townsend volaron por toda la habitación y nos hicieron toser. Holmes guardó el pañuelo y las pinzas en su bolsillo. Después me miró con su ceja derecha más arriba de lo normal y dio un largo suspiro de resignación.

— Creo que olvidé decirle, Watson — Dijo Holmes tratando de que los presentes le escucharan — Me alegra tenerlo de regreso. Extrañaba su eficiencia —   Bajando la voz y dirigiéndose únicamente a mí agregó —  Esto llevará un poco más de tiempo, Doctor, gracias a la intervención de nuestro querido constable ¿Le importa?

El viajero de Baker StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora