Capítulo 7

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El sol estaba alto. Sobre el mar, tres barcos zarpaban alejándose de la costa. Dos de ellos eran largos, de tres niveles, con algunos cuantos cañones para defenderse, y estaban atascados hasta el cuello de mercenarios. Cada uno de ellos llevaba pieles de distintos animales que cazaban. El barco principal, que era custodiado como una dama por sus dos guardianes del mar, era más achatado en las puntas, pero mucho más robusto, con cinco distintas cubiertas: era un carguero. En la cima, por la proa, tres hombres distintos se reunían. Dos de ellos llevaban diversidad de pieles y ropajes; el último tenía ropa más holgada y ligera de un solo color.

—¿Puede explicarme como sus hombres no tienen golpes de calor? —preguntó el hombre distinguido, dueño del barco custodiado.

Uno de los dos mercenarios, con una barba corta y blanca, habló.

—Estamos en invierno, capitán. Las temperaturas son mucho más bajas y mis hombres están más que preparados para resistir cualquier clase de contratiempo, incluso del clima. —Bummös esbozó una sonrisa pícara con fuertes tintes de soberbia.

—¿Y cómo diantres soportan el peso de las pieles?

—No son tan pesadas —continuó el capitán mercenario—. No si las tratas como corresponden. Y, si eres parte de los creerios.

El olor del mar era peculiar: las sales se mezclaban con la suciedad de los marineros que se movían de un lado a otro en una disciplina que hacía cuestionar al caudillo de los mercenarios si realmente ellos ocupaban su protección. Las nubes eran contadas y sonreían por el horizonte.

—Yo no entiendo como son capaces de llevar pieles de oso sus hombres. Si se sumergen en el mar, se van a hundir como piedras.

El otro mercenario que se situaba a un lado del capitán del navío bufó con ganas.

—No debería subestimarnos, capitán. Somos más fuertes de lo que la gente piensa.

Entonces, desde el mástil, un hombre bramó varias palabras inteligibles. El mercenario con barba espesa y capucha de oso preguntó:

—¿Qué está diciendo?

El capitán, más pequeño que sus guardias mercenarios, frunció el ceño y se fijó en el horizonte del mar. Ahí, varias figuras distantes de barcos se mostraban como pequeños granos. Había columnas de humo.

—Es la Guardia Imperial.

Bummös sonrío. Para él, era una ventaja que la Guardia se entretuviera en su guerra con las islas cercanas, pues eso permitía que existiese su negocio de protectores ante amenazas piratas. Hasta ahora le había funcionado bien.

Aunque la voz del vigía desde la cofa no se detuvo. De pronto varias voces resonaron preocupadas a babor. Tanto el capitán como sus compañeros mercenarios giraron. El vigía no estaba advirtiendo sobre la lejanía de la Guardia Imperial, sino de otro peligro.

—Piratas —gruñó el capitán mercader—. Y no es cualquiera. ¡Qué me lleve Hairhe! ¡Es el maldito de Airmet!

Bummös sonrió con malicia. Ante él, la figura de un barco negro gigante se acercaba con furia, directo a colisionar. La embarcación era enorme, con cuatro cubiertas y tres mástiles más gruesos que árboles. Parecía ser una imitación fantasmal de lo que debía ser un barco. Bummös lo tenía claro: se trataba de un líder pirata excéntrico, quizás uno de los pocos con cierta autoridad en esta región olvidada del imperio de la Reina.

—Yuje —bramó Bummös—. Ve rápido con Chárcun, y avísale que empiece a hacer sus jugadas. ¡Creerios! ¡Preparen sus armas!

En ese momento, los mercenarios que se encontraban en la cubierta principal del navío a proteger gritaron como embelesados por un espíritu sediento de sangre.

Las Puertas Del HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora