Capítulo 8

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Bummös había terminado de contar la historia. El pequeño de Bagúm mantenía una mirada gacha, con los ojos humedecidos y al borde del colapso; Yuje y Charcún mantenían una postura a la defensiva mientras resguardaban al niño de la mirada oscura de Lecceo. El centurión asintió en cuanto su amigo capitán suspiró con nostalgia y amargura.

—¿Eso es todo lo que sabes sobre el muchacho? —su voz parecía algo decepcionada. Esperaba que hubiera más.

—Es todo —afirmó Bummös.

Lecceo suspiró. Aunque le resultó impresionante la historia de Bummös, él ya había escuchado unos cuantos relatos sobre su compañía, por lo que conocía de lo que eran capaces de hacer hasta cierto punto. Pero su mente quería divagar en otras cosas.

—¿Y qué sabes sobre aquel pirata? Recuerdo que cuando hablamos por primera vez, habías dicho que se creía el dueño de los mares.

Bummös gruñó y caviló por un instante.

—Arimet era un desgraciado. Cuando llegamos al sur, había varias recompensas por su cabeza. Algunos mercaderes hablaban con pavor de él. El cabrón era algo conocido.

—¿Y la Guardia Imperial nunca se encargó de ellos?

—Eran astutos —hizo una mueca de desdén, recordando la facilidad con la que lo mataron—, para ser piratas. Lo que se decía de Arimet era confuso; llevaba un par de años aterrando a algunos comerciantes, y lo poco que se hablaba de él era que se trataba de un traidor.

Lecceo arrugó la frente, esperando esa respuesta.

—Un traidor, ¿eh? Tenía mucho coraje ese idiota si creía que podía sobrevivir traicionando a la Reina.

La mirada de Bummös era indescifrable. Estaba serio, sereno, pero a la vez mantenía cierto asco por sus memorias de las que hablaba.

—No sé de qué fuera traidor; si de la Guardia, o fuese algún gobernador corrupto o algo por el estilo. Lo que se hablaba de él era poco. —Llevó la mano a la barba y se rascó mientras meditaba—. De hecho, nadie sabe cuál era el motivo por el cual el cabrón tenía encadenado a Bagúm. Y si alguien lo sabía, ya está muerto —dijo marcando una mueca de desagrado.

Lecceo se llevó la mano a la frente y empezó a rascarse. En su mente, quería encontrar una solución al problema de Bagúm, el interés de la Reina sobre él, la intervención de uno de Los Seis, y sobre el sentido que hay esto con Las Puertas.

Bummös miró a su amigo, pero a la vez desconocido, Lecceo. En el poco tiempo que llevaban juntos, el mismo capitán de los creerios creyó estar ante un viejo compañero de la compañía, alguien con el que batalló muchas contiendas y con el que había compartido miradas hacia las estrellas. Pero a su vez, no sabía qué escondía del todo el centurión. Le costaba pensar que él llevaba toda su vida siendo el capitán de la orden mercenaria, y en ese mismo lapso Lecceo solo había vivido en el Bastión, aguardando como una piedra vieja a que alguien lo arroje hacia el río en movimiento.

—Entonces, ¿qué son Las Puertas?

Lecceo bajó la mano. Miró a los ojos de Bummös con gravedad. No creía que todo lo que disponía de conocimiento era solo como rescataron al chico.

—Bummös, ¿es todo lo que sabes sobre Bagúm?

El capitán se mantuvo en silencio un largo segundo. A su lado, la figura de Chárcun pareció algo irritado.

—¿Qué más quieres saber?

Lecceo lo observó con unos ojos que hubieran hecho estremecer a cualquier otro ciudadano.

Las Puertas Del HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora