Al día siguiente, Mariana se levantó con energía. Después de bañarse, abrió su armario para elegir qué ponerse y optó por un vestido elegante, sencillo pero muy bonito, que resaltaba su porte natural. Mientras buscaba un par de aretes en su joyero, sus dedos toparon con algo que la hizo detenerse: aquel collar que Yolo le había regalado hace años, con una delicada "M" grabada en el dije. Lo sostuvo por un momento entre sus dedos, recordando la época en la que todo parecía más simple entre ellos. Sin pensarlo demasiado, se lo puso.
Ya lista, bajó a su camioneta nueva, que había llegado apenas hacía unos días de la agencia. Aún olía a nuevo, y esa sensación le arrancó una pequeña sonrisa mientras encendía el motor. Conducir por las calles le permitió despejar su mente por un rato. Finalmente, llegó a la dirección que Yolo le había mandado. Ante ella se alzaba una casa impresionante, enorme y elegante, que reflejaba el buen gusto de su dueño. Mariana bajó del vehículo y miró a su alrededor con curiosidad antes de caminar hacia la entrada.
Mariana se acercó a la puerta principal, observando los detalles de aquella casa que irradiaba elegancia. Tocó suavemente, y al poco tiempo, una mujer de mediana edad, vestida con un uniforme impecable, abrió la puerta.
—Buenos días, señorita —le dijo la mujer con una cálida sonrisa—. ¿Es usted Mariana?
—Sí, soy yo —respondió Mariana, algo sorprendida.
—Pase, por favor. El señor Yolo me dijo que la esperaba.
Mariana entró al amplio recibidor, con pisos de mármol que reflejaban la luz natural que se colaba por las grandes ventanas. La decoración era moderna, pero acogedora, con tonos neutros y muebles elegantes. La sirvienta la guió hacia una sala espaciosa y le ofreció algo de tomar mientras esperaba a Yolo.
—¿Le gustaría un café o un té mientras llega el señor? —preguntó la mujer amablemente.
—No, gracias, estoy bien —contestó Mariana con una sonrisa, observando con atención los detalles del lugar mientras se acomodaba en uno de los sofás.
Mariana estaba sentada en el elegante sofá, admirando los detalles de aquella casa, cuando escuchó unos pasos descendiendo por las escaleras. Alzó la mirada y vio a Yolo bajando tranquilamente, mientras se abrochaba los últimos botones de su camisa blanca.
Yolo la observó con una pequeña sonrisa al llegar al pie de las escaleras. Sus ojos se detuvieron brevemente en el collar con la "M" que colgaba del cuello de Mariana, pero no dijo nada al respecto.
—¿Lista? —preguntó, acomodándose los puños de la camisa con naturalidad.
—Lista, Flavio Andrés —respondió Mariana, levantándose del sofá.
Él le ofreció el brazo con un gesto caballeroso, y ella lo aceptó con una ligera sonrisa mientras caminaban hacia la puerta.
Cuando llegaron al auto, Mariana tomó la delantera, abrió la puerta del copiloto y, con una sonrisa traviesa, le dijo:
—Suba a su vehículo, señor Flavio Andrés.
Yolo soltó una risa sincera mientras se subía al asiento del copiloto.
—Vaya, qué atención, señorita Mariana. Así da gusto.
Mariana se rió mientras cerraba la puerta y caminaba hacia el lado del conductor. Cuando se subió, agregó con una sonrisa:
—No te acostumbres, Flavio Andrés. Esto no pasa todos los días.
Yolo la miró de reojo, aún riéndose, mientras se ajustaba el cinturón.
—Con esta atención, hasta podría acostumbrarme.
—Sigue soñando —contestó Mariana con una ligera risa antes de encender el motor y comenzar a conducir.
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