Espejo

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En el silencio de la noche, me encontré frente al espejo, un reflejo distorsionado de lo que solía ser. La imagen que se devolvía a mí era la de un extraño, un ser atrapado en una comedia absurda donde cada día era una representación sin guion. Me vestía con sonrisas prestadas y palabras vacías, como un actor cuyo papel se había vuelto demasiado pesado. Afuera, la vida continuaba su danza frenética, mientras yo me convertía en un espectador de mi propia existencia, un fantasma que flotaba entre marionetas que se movían al compás de expectativas ajenas.

La risa resonaba a mi alrededor, pero no lograba tocarme; era un sonido lejano, como una melodía olvidada que se burlaba de mi incapacidad para conectar. Cada aplauso que recibía era un eco en un abismo sin fondo, un reconocimiento a la actuación magistral de un ser vacío. “¡Bravo!” gritaban, ignorando que detrás de la fachada había solo un espacio desolado, donde los sueños se marchitaban como flores olvidadas en un rincón oscuro.

Y así, en medio de esta tragicomedia, me preguntaba: ¿por qué debía ser un reflejo distorsionado de lo que los demás esperaban? La lucha interna entre mi verdadero yo y el personaje que interpretaba se intensificaba. Era como si todos estuvieran atrapados en una coreografía ensayada, mientras yo intentaba recordar los pasos, tropezando en cada intento. “¡Sonríe! ¡Es solo una broma!” me decían, como si el dolor pudiera disolverse en risas.

La inconformidad me consumía. Era un bufón en una corte de locos, donde la locura era la norma y la autenticidad un delito. Pero, ¿quién se atrevería a romper el hechizo? La idea de despojarme de esta piel de mentira me aterraba. ¿Y si al hacerlo solo revelaba un vacío aún más profundo? La ironía mordaz de mi situación no escapaba a mi percepción: estaba atrapado en una farsa tan grotesca que ni siquiera sabía si reír o llorar.

Así pasaban los días, entre risas y lágrimas contenidas, entre el deseo de ser visto y el miedo a ser descubierto. La vida se convirtió en una obra maestra del absurdo, donde cada acto era una burla a la búsqueda de sentido. Y mientras el mundo giraba, yo permanecía inmóvil, esperando el momento en que pudiera finalmente dejar caer la máscara y encontrarme con el ser auténtico que se ocultaba detrás del telón.

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