Historias de un viaje cualquiera

Capítulo 4: Amores históricos

Siempre nos han dicho que tengamos cuidado con quien confiamos, porque muchas veces, durante nuestra juventud, intentamos conocer al mayor número de gente posible con el objetivo de caer bien, ser populares, o simplemente por educación. Pero llega momentos en los que esta confianza pasa un límite, y empezamos a no solo confiar, sino prácticamente depender de esa o esas personas para todo, y claro, no todo el mundo es de fiar. Así que cuando nos dan la patada, quedamos abatidos, solos, despechados. Pero no podemos hacer nada para arreglarlo, así que nos volvemos frío, desconfiados, pero no porque esto nos de satisfacción, sino para defendernos, para no volver a sufrir.

Ellen se estaba recuperando perfectamente del incidente del día anterior. Afortunadamente había sido tratada por una de las mejores cirujanas de... Hace unos años. Pero dicen que es como montar en bici, nunca se te olvida.

Ya era la hora de comer y todos estaba pacientemente esperando a que llegase la comida, no tenían otra cosa que hacer. La mayoría de los aparatos electrónicos estaban sin batería y no había enchufes en el tren. Sólo quedaba el ordenador de Alexandra, en el cual esta estaba analizando detenidamente las fotos que había sacado.

-Mira Adrien, creo que he encontrado todas las cámaras del vagón.

-¿Habrá también micrófonos?

-Posiblemente.

Pero no pudieron continuar con su charla porque la puerta que conectaba el tren con la habitación del conductor se abrió. Y salió el carrito sí, pero no llevaba comida, sino un ordenador encendido. Mike fue el primero en acercarse a ver que ponía.

-Pero, ¿Qué mierda es esto? Está en un idioma muy raro. Se ha vuelto loco.

A Alexandra le picó la curiosidad así que fue a mirar junto al resto del tren.

-Eso es latín, estúpido. Creo que puedo leerlo- Entonces Alexandra se apoderó del portátil y empezó a leer clara y relajadamente- Veo que tenéis hambre, bien. Pues si queréis comer tendréis que resolver primero tres acertijos. Tened cuidado al resolver, porque si falláis tres veces, no comeréis en un largo periodo de tiempo.

Este juego no pudo evitar traerle a Alexandra un recuerdo muy particular.

Alexandra nació en Italia, en plena roma, así que desde pequeña siempre estuvo impregnada de las artes y la cultura clásica. De ahí sus conocimientos de latín. Pero con 15 años se tuvo que ir a vivir a España por asuntos laborales de su padre. Llegó al sur, donde la gente era conocida por ser muy alegre, fiestera y a la vez, poco culta, cosa que a ella no le gustaba para nada. Obviamente encontró excepciones, pero no tuvo la suerte de encontrar muchas.

Ella sabía algo de español así que la lengua no le contó mucho, pero si hacer amigos. Eso le llevó la vida, de manera que acabó haciendo migas con muchos profesores. Especialmente uno de historia, Iam, los dos tenían muchas cosas en común y se hicieron amigos muy rápido. Quizás demasiado amigos, de manera que la gente empezó a comentar. Ese es el problema de las personas, no son capaces de dejar a cada uno con sus propios problemas, sino que sienten la necesidad de comentarlos, de juzgar. Esperan como agua de mayo que algo ocurra para destruir a las personas recordando sus errores pasados. Pero a Alexandra no era algo que le importase mucho. No hasta que acabó el curso.

En España, el 24 de junio o en días cercanos acaba oficialmente el curso (Otra cosa es que la gente vaya esos días), y además es el día de San Juan, así que todo el mundo lo celebra yendo a la playa, haciendo moragas, saltando sobre las hogueras, bebiendo... Y nuestros protagonistas no iban a ser una excepción.

-¡Alexandra! Estás empanada, ¿quieres leernos de una vez el primer acertijo?

-Eh, si lo siento. El primero dice: "Un oso camina 10 Km. hacia el sur, 10 hacia el este y 10 hacia el norte, volviendo al punto de partida. ¿De qué color es el oso?"