4. La certeza de Albus Dumbledore

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—Toma asiento, por favor.
Sin dudarlo, caminé desde la entrada de la oficina del director hasta una de las dos sillasque estaban frente al escritorio del anciano, quien cerró la puerta del despacho y se acercócon serenidad a su lugar.
—¿Deseas algo de tomar?
Yo asentí como respuesta, y tras un suave movimiento de varita que realizó éste, unabandeja con un par de tazas y una jarra de porcelana se materializaron ante nosotros.
—No soy muy de tomar té... —dijo Albus Dumbledore mientras llenaba ambas tazas—.Al menos no té puro, si sabes a lo que me refiero —guiñó un ojo, al tiempo que me ofrecíauna de ellas.
No sabía si reír o no, así que le di un sorbo al contenido de la taza, cuyo sabor, amargo einconfundible, me remontó a aquellas visitas a Cabeza de Puerco, en las que su dependientenos dejaba beber todo aquello que Madame Rosmerta nos negaba por nuestra edad.
—Es una ocasión especial —dio un largo trago—. ¡Oh, la muerte! Esa amiga perezosa,que se toma toda una vida en aparecer...
—En mi caso no fue tan perezosa, ¿eh? —le dije riendo.
—Sí, sí, tienes razón. Pero hay que agregar que, dados los acontecimientos, tenía quepasar tarde o temprano.
—Eso es cierto. Yo mismo la busqué.
—¿Lo recuerdas, Regulus?
—Tengo... quiero decir, que recuerdo algunas cosas. No tengo muy claro el momento dela muerte, aunque sé que no fue en el sitio donde desperté. Pero sé qué fue lo que hice paraencontrarla.
—De todas formas, ¿por qué detenerse en algo que ya no es?
—Señor...
—¿Quieres saber por qué? —preguntó sonriente el director.
Ante mi asentimiento agregó:
—No tengo idea.
—¿No? —le miré perplejo.
El director sonrió y negó con la cabeza.
—¿Y cómo? ¿Eso si lo sabe? —dije.
—Tengo mis teorías, muchacho. Aunque nada en concreto.
—Pero lo descubrirá, ¿verdad?
—Naturalmente. De eso no tengas ninguna duda.
—Se... se supone que esto no es posible. O era, dado que yo estoy aquí. Regresar de lamuerte, a eso me refiero —susurré.
—Se suponía, sí. Pero ahora tú y yo sabemos que sí. Sea como sea que haya ocurrido.Y todos en Hogwarts lo sabrán, por supuesto. Porque vas a regresar a la escuela, ¿no?
Tras escuchar aquello, fue inevitable mirarlo boquiabierto.—¿Me lo permitiría?
—¡Oh, por supuesto que sí! Claro que sería un régimen distinto, pero podrás terminar tuúltimo año.
La emoción me embargaba. Durante un segundo, reparé en que mis manos estabantemblando, sin saber exactamente desde cuándo. Pero no quería concentrarme en ese tema.
—Usted sabía que yo vendría... —le dije, más como una afirmación que como unapregunta.
—En efecto. Aunque no sabía en qué momento exactamente. Por fortuna, me distrajeescribiendo unas cartas al Ministerio, y me quedé unos minutos más en la oficina, pero yadebería estar en el Gran Comedor.
—Tengo tantas preguntas en la cabeza —murmuré avergonzado.
—Y no es para menos. Comprendo perfectamente cómo te sientes.
—No fue una magia ordinaria la causante de esto, ¿cierto?
—No. No lo fue. De ser así, te habría regresado a la vida apenas me hubiera enterado delo que hiciste. Digamos que fuiste el precursor de la caída de Lord Voldemort.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al escuchar ese nombre.
—Así que Kreacher...
—No —interrumpió el director—. Kreacher no logró destruir el relicario, pero digamos enresumen que fue destruido. Y todo terminó.
Tras esta última oración, percibí cierto rasgo de inseguridad en la voz del anciano,aunque decidí ignorarlo.
—Lamento no poder responder nada más sobre lo que ha pasado hoy. Definitivamente,mientras más sabemos, más notamos que seguimos ignorando mucho más. Creo que eso lo dijo un muggle, aunque no sé quién fue realmente. Lamento quitarle el crédito —dijo con vozcantarina—. De todas formas, aunque no haya un porqué ni un cómo, no estarás a disgustopor regresar después de tanto tiempo, ¿o sí?
La verdad es que no sabía qué pensar. Habían pasado sólo unas horas de aquello, yrealmente no era algo que resultara sencillo de asimilar. Sin embargo, veía algo enDumbledore que me decía que sabía más de lo que decía. Al ver que yo no respondía,continuó hablando:
—Seguirás en Slytherin, como no podía ser de otra forma. Usarás el viejo dormitorio delfinal del pasillo. Estoy seguro de que sabes exactamente cuál es. Debo... advertirte, quedados los últimos acontecimientos, fue inevitable que tu historia se difundiera, y... bueno,digamos que tal vez algunos de los compañeros de tu casa tengan una imagen distinta de ti.
—La de un traidor... —susurré.
—No quería usar esa palabra. Pero sí. Y esa es la razón por la que te he asignado esahabitación. Además de que todas las camas de la de último curso están ocupadas. Claro queeso no representa un gran problema para mí, pero eso los demás no lo saben —guiñó unojo—, así que preferí dejarlo así.
Dumbledore se levantó de su asiento y echó un vistazo a su reloj de bolsillo.
—Debo incorporarme al banquete. Aprovecharé la ocasión y haré el anuncio. Tú puedesir a tu habitación y darte un baño, que sé que necesitas tiempo para relajarte. Allá te esperatodo lo necesario. Hasta me tomé el atrevimiento de incluir un par de zapatos —el directordirigió una mirada a mis pies descalzos con una sonrisa—, una pijama y algo de ropamuggle, para cuando vayas a Hogsmeade. Y claro, tu cena ya está esperándote allí.
Cuando el hombre alcanzó el picaporte de la puerta, sentía que tenía cientos depreguntas más en mi cabeza. Lo peor es que no lograba ponerlas en orden, y ni siquierasabía por dónde empezar.
—Señor...
—¡Ah, sí! La contraseña es "Salazar".
—Bien, pero me preguntaba cómo sabía usted que yo regresaría. Y aún más que vendríacon usted.
—Que vendrías a Hogwarts, es algo que imaginaba. Que regresarías... chico, yo mismoestuve en la misma posición que tú. Claro que en mi caso pasó mucho menos tiempo.
—U-usted...
—Sí, Regulus —dijo él, como si fuera una conversación de todos los días—. Por cierto.Hiciste bien en acudir a Hannah para que te ayudase. Y no, no soy adivino —rió un poco—,ese talento se lo dejo a Sybill. Es sólo que escuché su voz. Es una de mis alumnas másbrillantes. Y también muy bonita... —me miró con picardía—. Es un buen partido.
—Señor, por favor...
Fue imposible no ruborizarme. Intenté mirar hacia otro lado, pero sabía que el director nopasaría por alto un detalle como ese. Ambos salimos de la oficina y bajamos mediante lagárgola de piedra. Dumbledore apuró el paso hacia las escaleras. Bajaba con sorprendenterapidez para alguien de su edad.
—¿En qué año estamos? —dije en cuanto llegamos al vestíbulo.
—Mil novecientos noventa y nueve. Has estado muerto durante diecinueve años —dijoalegremente—. ¡Buenas noches!
El director de Hogwarts atravesó las puertas del Gran Comedor mientras tarareaba unaextraña canción.

Más allá [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora