6. La Confesión

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—Necesito comprar una varita —fue lo que le dije a Hannah Abbott cuando me preguntó qué haría en Hogsmeade.

Era una nublada mañana de sábado. La nieve que cubría el pueblo estaba a medio derretir, y las calles abarrotadas de compradores provenientes de todo el mundo mágico. En el Emporio de las Lechuzas no cabía una sola alma, en Zonko la gente hacía fila para entrar, y Honeydukes estaba a reventar, pues a través de los ventanales que se veían desde afuera, podía observarse que la gente caminaba con mucha dificultad a través de los pasillos repletos de golosinas. Pero mi objetivo estaba al final de la siguiente calle: un local modesto y cuyo cartel, ubicado en la parte superior de una pequeña puerta de madera pulida, rezaba simplemente: "M. Ollivander, fabricante de varitas".

Me encontré con Hannah cuando me dirigía rumbo hacia allá. Sus grandes ojos me miraban desde debajo de la capucha de su abrigo, y su pelo, recogido en una coleta, se posaba por encima de su torso. Tras escuchar mi destino, ella sonrió y se encogió de hombros.

—Mis amigos están en la oficina de correos, que está repleta, para variar. Así que decidí dar un pequeño paseo mientras se desocupan.

—Puedes acompañarme, si quieres —le dije, señalando la tienda de varitas.

—¡Oh, sí! La nueva tienda de Maximus, el hijo del Ollivander que todos conocimos. O bueno, no sé si en tu época...

—Sí, sí. Garrick. Lo conocí. Fue él quien me vendió mi primera varita.

Cuando ambos entramos en el local, oscuro y silencioso, un joven (no podía tener más de veintitantos) altísimo y delgado nos devolvió la mirada desde el otro lado del mostrador, repleto de finas y alargadas cajas que contenían varitas hechas de diversos componentes. Maximus nos ofreció una leve inclinación de cabeza en señal de saludo y nos invitó a acercarnos mediante un gesto con la mano. Su rostro lleno de pecas esbozó una leve sonrisa.

—¿Para quién es la varita? —preguntó el fabricante.

—Para mí —dije.

—Slytherin... —susurró el hijo de Ollivander, al tiempo que nos dio la espalda para buscar una varita. Por un momento pensé que tenía alguna especie de intuición para determinar cuál era la casa de Hogwarts a la que asistía, o había asistido cada cliente, pero luego reparé en que Maximus evidentemente se había fijado en mi bufanda.

Un par de minutos después, el hombre regresó con una caja color púrpura, de la cual sobresalía un trozo de seda del mismo tono, y que resguardaba la varita.

—Álamo, núcleo de fibras de corazón de dragón, veintiocho centímetros, rígida. Agítela por favor —susurró Maximus.

Tras hacer lo que pidió, no ocurrió absolutamente nada. El fabricante hizo una mueca de decepción y con un movimiento solemne, retiró la varita de mi mano, y la metió en la cajita.

La segunda varita tampoco resultó: serbal, pluma de fénix y rígida, de 33 centímetros. Al agitarla, la varita vibró y salió de mi mano, posándose sobre el mostrador en un movimiento casi cómico.

Maximus me miró fijamente, como si intentara adivinar a través de mis ojos cuál era la varita que me convenía, o a la que yo le convenía, mejor dicho, si es que el joven pensaba igual que el padre en cuanto a que la varita es quien escoge al mago y no al contrario, lo cual era más que probable.

Finalmente logró descubrir qué varita era la indicada, pues su mirada pasó de mis ojos a un punto en el extremo del estante que tenía a su izquierda. Dando un par de pasos, se acercó y tomó la caja.

Más allá [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora