La jaula de las locas (Parte II)

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Las chicas quedaron atadas a la cama, separadas por un biombo y con custodia policial.

Antes de entrar a verlas, las enfermeras se hacían la señal de la Cruz. Y nunca entraban solas siempre de a dos.

Blanca presentaba golpes en la espalda y nueve cortes en el rostro. Diana estaba como ida, como poseída, balbuceado incoherencias, y le gritaba una cantidad infinita de malas palabras a las enfermeras y a los policías que se encontraban en el lugar, saldando sus cuentas vaya a saber uno con quién.

La televisión y las revistas llenaban las páginas con el caso, todo Londres lo conocía. "Hasta hablaron de canibalismo, que mi hermana le comió la cara a mi papá", se molestó Blanca.

Sacerdotes de la Iglesia aparecían hablando de exorcismos, mano chantas se ofrecían para enfrentar al Ángel caído.

Los psicólogos hablaban de sugestión. La puesta en escena era fantástica.

Comenzaron a llamarlas "Hermanas Satánicas".

Tres días después del hecho, fueron directo a la prisión que hay dentro del neuropsiquiatrico, en el sur de la capital de Londres, más conocida como "La jaula de las locas".

Hay dos pabellones de máxima seguridad. Uno lo vaciaron para Diana.

Era la encantada, la "poseída". Tanto el personal del presidio como sus compañeras le tenían pánico.

Blanca fue al segundo, donde se alojaban ocho mujeres más. Cuando se cerró la puerta de su celda, anochecía.

Se encontró sola por primera vez desde aquella mañana en la que su vida había estallado en pedazos.

Miró a su alrededor. Había un tacho de pintura a modo de baño, una lamparita en el techo y un colchón sin almohadón, viejo y manchado con sangre.

Lloró tanto que se le humedecieron las gasas que le cubrían la cara.

Le daba asco sentarse en ese colchón, pero no tenía alternativa.

A las seis en punto de la mañana la despertaron los gritos de las celadoras que pasaban a contar a las reclusas.

Quiso volver a dormir, pero a las siete le llevaron el desayuno —té con pan— y a las 8 pasó la enfermera con la medicación.

Llevaba una bandeja con cajitas de color blanco, cada una con un nombre. Eran pastillas molidas.

Las tomó con recelo. Durante el primer mes no podía salir de su celda como las demás que se la pasaban entre el comedor y el patio. Veía a tres psiquiatras por día, había adelgazado mucho y casi se podían ver sus costillas. Diana también, pero de ella, Blanca no sabía nada. Había momentos en que la extrañaba y se arrepentía de todo, de las peleas y lo demás que había ocurrido.

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Bueno lectoras/es espero que hayan disfrutado de este corto relato, lo tenía bastante abandonado ya que ni entraba a wattpad por falta de tiempo, colegio, etc. Y un día decidí volver, por eso de una ya subí todos los capítulos para llegar a el final. Espero que les guste y nada más.

Las hermanas MorrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora