Espero les guste, me inspire en la canción de The Weekend y Lana del Rey.
"Stargirl Interlude"
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La ciudad respiraba con el parpadeo de las luces de neón y el murmullo incesante de la vida nocturna. La lluvia había dejado su rastro en las calles, reflejando los colores vibrantes de los carteles luminosos y las farolas que apenas iluminaban los callejones.
Natalan caminaba con las manos en los bolsillos, su chaqueta azul abierta a pesar del frío. Su cabello negro estaba ligeramente húmedo, y el reflejo de su ojo amarillo se veía fantasmagórico en los charcos. El otro, el celeste, estaba parcialmente cubierto por la cicatriz que lo atravesaba en un corte fino pero profundo.
No debería estar aquí.
Lo sabía, pero no le importaba.
Apoyó la espalda contra la pared de ladrillos de un callejón, sacó un cigarro y lo encendió con un mechero plateado. El humo ascendió en espirales lentas, deshaciéndose en la brisa.
Y entonces, llegó.
Aquino.
El chico de la mascarilla negra y ojos miel.
Natalan lo vio antes de que el otro lo notara, caminando con su paso relajado pero alerta, con las manos metidas en el bolsillo de su sudadera. Su cabello castaño caía sobre su frente, y aunque la mascarilla cubría la mitad de su rostro, Natalan podía imaginar perfectamente la leve sonrisa que se escondía debajo.
Cuando sus miradas se encontraron, Aquino detuvo por un instante, evaluándolo con esos ojos cálidos y brillantes. Luego, con una calma casi desafiante, caminó hasta quedar a unos pasos de él.
—Te estaba esperando —dijo Natalan, exhalando humo.
Aquino arqueó una ceja, inclinado la cabeza con una mezcla de diversión e incredulidad.
—Mentiroso. Nunca esperas a nadie.
Natalan sonrió de lado y tiró el cigarro al suelo, aplastándolo con la punta de su bota.
—Tal vez tú seas la excepción.
Aquino se acercó un poco más, sus pasos resonando en el callejón. La luz parpadeante de un letrero rojo tiñó su piel de un tono carmesí momentáneo. Ahora estaban lo suficientemente cerca como para que Natalan pudiera sentir su calor, el contraste de la noche fría contra la calidez que irradiaba su cuerpo.
—Me gusta cómo suena eso —susurró Aquino.
Natalan deslizó una mano hacia su rostro, sus dedos tocando la tela de la mascarilla con un roce apenas perceptible. Sus ojos se fijaron en los miel de Aquino, buscando una señal de permiso.
El otro no se apartó.
Con un movimiento lento, Natalan bajó la tela negra, dejando al descubierto unos labios entreabiertos, ligeramente rosados por el frío. El mundo pareció detenerse por un instante. El sonido de la ciudad se volvió un eco lejano, como si solo ellos dos existieran.
Entonces, sin advertencia, Aquino lo tomó del rostro y lo besó.
Fue un beso con sabor a lluvia y tabaco, a noches sin fin y promesas silenciosas. Natalan entrecerró los ojos y respondió al contacto con urgencia, enredando los dedos en el cabello castaño de Aquino.
El beso se rompió apenas por un segundo, el suficiente para que Aquino susurrara con voz entrecortada.
—Llevas semanas evitándome.
Natalan sonrió contra sus labios, su respiración aún desacompasada.
—No te lo tomes personal.
—¿Cómo no? —sus dedos se apretaron en la tela de la chaqueta de Natalan —. Sabes que me molesta cuando haces eso.
Natalan inclinó la cabeza, su mirada brillando con un destello de travesura.
—Por eso lo hago.
Aquino frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Natalan lo empujó suavemente contra la pared del callejón, atrapándolo entre su cuerpo y el concreto frío.
—Eres adictivo —susurró Natalan, pasando la punta de su nariz por la mejilla de Aquino.
Aquino dejó escapar una risa baja, casi ronca.
—Y tú eres un pendejo.
Natalan mordió su labio inferior, atrapándolo por un segundo antes de soltarlo con una sonrisa.
—Por eso nos gustamos.
El castaño deslizó sus manos bajo la chaqueta del azabache, aferrándose a su camiseta.
—Dime que no te vas a volver a ir.
Natalan exhaló lentamente, apoyando su frente contra la de él.
—No puedo prometerte eso.
Aquino cerró los ojos un segundo, como si procesara su respuesta. Luego, cuando los abrió, había algo desafiante en su mirada.
—Entonces no me dejes ir ahora.
Natalan sintió un escalofrío recorrer su columna.
—Nunca lo haría.
Los labios de Aquino volvieron a encontrar los suyos, y esta vez, el beso fue más lento. Más profundo. Como si en ese instante el universo entero se comprimiera en ese pequeño callejón, en el roce de sus bocas y en el latido sincronizado de sus corazones.
Las luces de la ciudad seguían parpadeando, pero ninguna brillaba tanto como ellos dos juntos.
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