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La brisa nocturna se colaba por la ventana entreabierta, trayendo consigo la fragancia salada del océano y el dulzor del jazmín que trepaba por los muros de la villa. Afuera, las olas murmuraban su eterna canción contra la arena, un eco lejano que acompañaba el latido pausado de dos cuerpos entrelazados sobre las sábanas de lino.
Duxo se apoyaba contra las almohadas, su torso desnudo brillando bajo la luz tenue del velador. Su piel aún ardía con el recuerdo de las caricias, con la marca de los labios suaves de Aquino, que habían recorrido cada centímetro de su cuerpo con devoción.
El omega descansaba sobre su pecho, su mejilla pegada a su piel, sus dedos dibujando círculos perezosos sobre su abdomen, como si quisiera memorizarlo en la yema de sus dedos.
—No te duermas aún —murmuró Aquino, su voz acariciando la piel del otro como una melodía nocturna.
El azabache sonrió, deslizando sus dedos por la espalda del castaño, trazando su columna con una ternura que contrastaba con la pasión de horas antes.
—¿No tienes suficiente de mí?
—Nunca.
El alfa rió suavemente y deslizó una mano por la cabellera revuelta del omega, enredando sus dedos en sus rizos castaños. Le gustaba esa sensación, la suavidad, el calor. Se inclinó y presionó un beso en su coronilla, aspirando el aroma dulce que se mezclaba con la esencia salada del mar. Era un olor que reconocería en cualquier lugar, una combinación de vainilla, almendra y el toque más sutil de feromonas que le hacían perder la razón.
Aquino alzó el rostro, sus ojos color miel brillando como estrellas en la penumbra.
—¿Qué? —preguntó Duxo, divertido.
—Nada. Solo… me gusta verte así. Relajado.
Duxo arqueó una ceja.
—¿Normalmente no lo estoy?
—No. —Aquino sonrió, apoyando la barbilla en su pecho—. Cuando estás afuera, cuando estás con los demás… eres diferente. Eres serio, imponente. Siempre controlado.
El alfa exhaló un suspiro.
—Es lo que esperan de mí.
Aquino lo miró con ternura, dejando un suave beso en su clavícula.
—Lo sé. Pero aquí, conmigo, puedes ser como quieras. No tienes que ser el alfa que todos ven. Solo quiero que seas tú.
Duxo sintió que algo en su interior se aflojaba, como un nudo que había estado apretado durante demasiado tiempo. Era cierto. Con Aquino, no tenía que fingir, no tenía que demostrar nada. No había títulos, ni responsabilidades. Solo ellos, enredados en sábanas impregnadas de su olor, compartiendo el mismo aire, la misma piel.
—Si seguimos así, no voy a dejarte dormir en toda la noche —susurró Duxo, con una sonrisa ladina.
Aquino ladeó la cabeza, su mirada tornándose traviesa.
—¿Y si eso es justo lo que quiero?
El alfa chasqueó la lengua con diversión antes de rodar sobre su costado, atrapándolo entre sus brazos. Aquino rió, su sonido ligero como el tintineo de una campana en la brisa marina. Se aferró a su cuello, arqueándose bajo su peso, presionando un beso lento y cálido contra sus labios.
Duxo cerró los ojos y se dejó llevar. El beso era distinto a los de antes; no tenía la prisa ni la urgencia del deseo desenfrenado. Era pausado, íntimo, una promesa silenciosa envuelta en la calidez de sus bocas.
La mano de Aquino se deslizó por su nuca, recorriendo su espalda con dedos perezosos.
—Te amo —susurró contra sus labios.
Duxo sintió cómo su corazón tropezaba dentro de su pecho. Sabía que esas palabras no eran nuevas, que ya las había escuchado antes. Pero en ese momento, con la luna filtrándose por las cortinas y el mar susurrando al fondo, sonaron más ciertas que nunca.
—Yo también te amo —respondió, su voz impregnada de sinceridad.
Aquino sonrió, y con esa sonrisa iluminó la habitación más que cualquier lámpara encendida. Se abrazó a él con más fuerza, como si temiera que al soltarlo todo esto desapareciera.
Duxo deslizó su mano por su espalda desnuda, sintiendo el calor de su piel.
—Duerme —murmuró, aunque sabía que ambos estaban demasiado despiertos para ello.
Aquino cerró los ojos y se dejó arrullar por la respiración pausada de su alfa, por el latido firme de su pecho.
Fuera, el océano seguía su vaivén eterno, testigo de dos almas que, entre sábanas revueltas y suspiros nocturnos, se pertenecían el uno al otro.
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