De: Secretísima Virtual
Fecha: Jueves 28 de octubre, 06:55 PM
Para: Xavier Wagner
Asunto: ConfidenciasHola, Xavier:
Pasó algo terrible: Marcos se cayó de la bicicleta, quedó colgado de una pierna... ¡y se la rompió! ¡Ni que le hubieras echado maldiciones! Ahora no tiene que darte celos sino pena: al pobre le pusieron una bota de yeso hasta la rodilla. Me enteré ayer, por su hermana (somos amigas), que me llamó para invitarme a su fiesta de quince.
--Está muy caído porque tiene para dos meses de yeso y, después de que se lo saquen, no va a poder jugar al fútbol ni hacer deportes hasta quién sabe cuándo --me explicó.
Cambio de tema. Se llamaba Beatrice, mirá vos, y te lo tenías bien calladito. ¿Qué fue lo que te flechó de ella, además de ser CC? Se divertirían juntos, me imagino, aunque después se hayan quedado sin pilas. Lo que más me molestó de tu cuento fue que se escribieran e-mails. ¡Pensé que yo era la primera chica virtual de tu vida! Aunque supongo que la relación de ustedes era muy distinta, con noviazgo de por medio, fotos, cartas y todas esas semanas de salir juntos en las Ferias del Libro. Bueno, ya terminaste (con las pilas gastadas), ahora dejá de preguntarte que habría pasado si ella hubiera vivido en Buenos Aires. Según los poetas, la distancia es como el viento: apaga el fuego chico y aviva el grande. Sacá tus propias conclusiones.
Ya que estamos en tren de confidencias (como vos decís), te confieso que también me gusta mucho leer poesías; mi libro favorito es Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Al principio lo leí de mala gana porque me lo habían dado en el colegio, pero después... A lo mejor a vos las poesías te parecen cursis, como a casi todos los varones de mi clase; en cambio, yo creo que son lindísimas. Las habrás leído en el colegio, supongo, antes que a Unamuno. ¿Te acordás de la número 15?:Me gustas cuando callas porque estás
como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca...¡Cómo la entiendo! A mi también me gusta que calles y estés ausente, que cuando nos escribimos (o nos leemos) no podamos oírnos ni vernos. Me gusta pensar en vos, XW, cuando estoy sola; hablarte y que no puedas contestarme. Callado, ausente, como dice el poema. Reíte de mi si querés, no me importa. Voy a confesarte algo más (ya que vas a cumplir tu promesa de no verme nunca): me gustó lo que dijiste y, aunque no me lo pidas, te contesto. Yo también conozco un chico CC que me gusta, le encanta jugar a darme celos y el nombre empieza con X. ¿Te suena a alguien conocido? Vos tampoco digas nada. ¡Y amigos como siempre!
Estuve en tu kermés el otro día para volver a verte de lejos. ¿A qué le tuve miedo? ¿Por qué no me acerqué al tiro al blanco? Le tuve miedo a que nos quedáramos sin pilas después de salir un par de semananas, sin haber llegado a conocernos a fondo; miedo a dejar de ser sinceros para tratar de impresionarnos mutuamente aparentando ser algo que no somos; miedo a no saber, por timidez o por vergüenza, cómo piensa y siente (realmente) el otro. Le tuve miedo a perderte, XW, y a perder lo que ahora siento y comparto con vos.
Todas las chicas que conozco gustan de chicos a los que ven lindos, piolas, con onda y, después de un tiempo, las desilusionan. Peor, nunca llegan siquiera a gustar de otros chicos CC a los que de entrada consideran medio feos, nabos y sin onda. Así pierden la oportunidad de ilusionarse después de un tiempo de conocerlos realmente. Un día, no sé cuándo, me convencí de que casi nunca se dan las dos cosas a la vez: lindos por fuera y por dentro; me convencí de que el amor a primera vista es puro cuento, y ya no me engaño. Por eso elegí esta relación virtual y sincera con un CC que se va del país dentro de dos meses. ¿Cómo fue que me puse tan seria, XW? Mejor cambio de tema.
Te voy a contar mi peor papelón, aunque no sea tan divertido como el cuento de Pancha, la perra de tu colegio.
Cuando estaba en tercer grado, la maestra nos preguntó si alguno quería participar en el acto de fin de año. Yo levanté la mano y dije que sabía un baile que me había enseñado mi profesora de danzas clásicas: una chica disfrazada de nube corría por el escenario, se escondía a veces y en otros momentos mojaba con su regadera todo lo que encontraba a su paso: a un chico disfrazado de árbol, a otros de flores y a algunos peatones que bailaban protegidos debajo de sus paraguas. También había "chicos arco iris" y "chicas sequía". La letra de la canción, que se llamaba "Nube de lluvia", iba describiendo lo que hacían los personajes en escena. A mi maestra le gustó la idea, pero pidió que usáramos papel picado en lugar de agua.
Organicé el acto con mis compañeras, aunque el problema fue conseguir la música. La profesora de baile era la única que la tenía grabada en un disco de pasta de su abuela, ya que era una canción muy vieja. Por suerte, nos lo prestó y también un viejo tocadiscos portátil para que una de nosotras grabara la canción en su casetera.
Llegó el día del acto. Cuando sonó el timbre para comenzar, la maestra recibió un llamado de su hijo al teléfono celular y tuvo que irse porque no se oía bien; le pidió a una chica que encendiera el equipo, y salimos a escena.
Arrancamos bien el baile, pero la canción estaba mal grabada, se salteaba partes y en otras patinaba. Con el bochinche de la sala y el silbido de los parlantes, nosotros no oíamos bien y seguimos bailando de memoria, como habíamos ensayado, sin darnos cuenta de que lo que hacíamos no coincidía con las explicaciones de la letra. Yo rociaba las plantas mientras el cantante, justo en ese momento, decía que las mataba la sequía. Rociaba la tierra y la canción clamaba por la nube ausente. Los peatones corrían debajo de sus paraguas y yo, subida a un banco, los mojaba con mi regadera cuando la letra los invitaba a cerrarlos porque acababa de salir el sol. Me arrodillaba en el piso ante el arco iris, y la canción decía que "la nube no se rinde durante la tormenta". ¡Un desastre! La gente se reía a carcajadas, y nosotros no sabíamos por qué. La directora y la vicedirectora, sentadas en la primera fila, estaban coloradas a más no poder y nos hacían señas raras que tampoco entendíamos. De repente, paró la música y nuestra maestra salió a escena:
---Chicas, esto es un desastre. Se suspende el acto.
Y en un murmullo nos explicó lo que había pasado. Nos fuimos del escenario corriendo, muertas de vergüenza.
Fue el peor papelón que recuerdo, aunque los demás chicos dijeron que nuestro acto había sido el más divertido de todos.
Un beso en ausencia.
Secretísima