Dos.
Wesley.
-Wes, cariño, despiértate.- Ella me sacudió el hombro.
Suspire y me levanté.
Mi mamá salió de la habitación y me puse un jean con una camiseta de Pink Floyd y una camisa a cuadros negra.
Bajé las escaleras y tomé mi mochila de la puerta de madera importada del estúpido estudio de papá.
El estúpido estudio de millones de dólares, pero aún así costando menos que su estúpido bufete.
Me acerqué a Cecile, la anciana que tenía el cargo de ama de llaves. Ama de llaves de la familia Mitchell que consistía en el famoso Simon Mitchell, su hermosa esposa Dannia Mitchell, su difunto y perfecto hijo Nicholas Mitchell y su suicida y enfermo hijo Wesley Mitchell. Tomé el bowl de porcelana con cereales y me senté en el mesón de marfil a comer.
Cecile dejó en frente mío las pastillitas de colores diarias que me otorgarían con mucho amor un día más de vida junto con zumo de naranja.
Mamá me llevaría hoy a clases porque es jueves. Y mamá me lleva a clases los jueves.
Salimos y la alarma del BMW sonó.
El estúpido BMW de millones de dólares. Uno más de la estúpida colección de estúpidos autos de mi papá.
La estúpida colección que está en su estúpida casa en Malibú. Casa que no utiliza por su estúpido trabajo.
El dinero invertido en todas las posesiones de mi familia haría que todos los niños de oriente medio pudiesen graduarse del Harvard de las escuelas primarias. Y de las escuelas secundarias. Y de la misma Harvard.
Pero no. Está aquí, inútilmente invertida.
Aunque no debería quejarme. Al fin y al cabo es ese el dinero que paga las estúpidas pastillas sedantes que tomo todas las estúpidas mañanas para no morir en el transcurso de ése día.
Las estúpidas pastillas que odio porque son las pastillas de la impotencia y las odio. Las odio porque son parte del 99% de cosas en el mundo que odio. Junto a ser asquerosamente rico gracias al talento de mi papá en meter a inocentes o culpables en la cárcel sin saber de que existe la posibilidad de que la esposa de su acusado está muriendo de cáncer pulmonar.
O probablemente de que tiene treinta niños latinos encerrados en su sótano.
El punto es que no me suelo sentir tan desgraciadamente mala persona (tanto por invertir miles de dólares en pastillas cuando un funeral sale más barato, como en no mandar a los niños de oriente medio a las buenas escuelas) cuando estoy con Venecia.
No es como si estuviera tratando de demostrar cuan buena es ella, ella es un ángel pero si hay algo que odio son las comparaciones extremistas. Sobre todo cuando sabes cuál es el resultado.
Es como que ella me muestra que si he nacido para gastar dinero en pastillas alucinógenas, nací para eso y con ese propósito moriré. Es un extremo de realismo que me hace sentir aceptado.
Mi madre aparcó el auto en la acera de en frente de la secundaria pública.
Se preguntarán "¿Por qué si eres tan asquerosamente rico asistes a una escuela pública?" Simple. Una de las condiciones, mis condiciones, para no morir fue que asistiría a una escuela normal. Con gente que no sabía de mi ridículo estatus económico... Hasta la primera vez que leyeron la lista y mi apellido se dio a conocer.
Vi alejarse al BMW. El tipo de auto que jamás en mi vida conduciré porque mi querida psicóloga dice que las personas como yo solemos ver ésta clase de "objetos" como formas directas de suicidio.
Cómo si no fuera lo suficientemente inteligente para saber que hay una infinidad de maneras menos dolorosas que morir estrellado contra un poste, matando al, quien sabe, futuro Hitler o Bin Laden, o simplemente morir clavado a una roca después de volar en un barranco.
Estúpidos psicólogos.
Vi a Venecia cerca de la puerta y me le acerqué.
-¿Pensando en los niños de medio oriente de nuevo?- Preguntó.
-¿Pensando en si prostituirte pagará la universidad de Tomy? -Respondí yo.
-Hice cálculos. Tendré que entrar con beca a la universidad o trabajar para que Tomy estudie. O una de ellas, o ninguna. Pero no ambas.
-Qué pena que no tengas nadie que te de dinero.- Sonreí.
-Qué pena que tus padres saben que no tienes propósito vital y notarían que hay algo detrás de un "Necesito dinero".
-Eso es cierto.- Le di la razón y entramos a clase.
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Venecia.
Teen FictionWesley Mitchell no tiene ninguna razón ya para vivir. Excepto tal vez su vecina de al lado; Venecia Baker. ©2015 todos los derechos reservados.