Cinco.

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Cinco.

Venecia.

Llegué a casa y no había nadie. Lancé el morral a algún lugar en mi casa y corrí hacia mi habitación.

Como si de una rutina se tratase empecé a hacer mi cama, retirar la ropa sucia y en general, ordenar.

Luego revisé la hora y me di una ducha corta. Llevaba la piel suave así que sólo la humecté y listo.

Me senté en la cama y desbloqueé el celular.

Diez minutos después vibró:

Zack: Estoy afuera ;)

Suspiré y bajé las escaleras. Abrí la puerta y el miro a ambos lados para recién entrar.

-¿Hay alguien dentro?- Susurró.

-No, nadie.-Bajé la cabeza.

Sonrió y se giró hacia mí.

¡Despierta, Venecia! ¡Maldita sea, ya está de buen tamaño!

Movió un mechón de mi cabello y fue quitando lentamente mi sudadera abierta.

Dejó su mochila en el armario junto con una chaqueta de cuero y jean.

Se acercó y me besó. Y como es usual, fue como si trescientas mariposas hubieran despertado dentro de mi estómago y estuvieran rozando cada terminación nerviosa con sus alas.

Posó su mano tímidamente en mi cintura y con la otra, haciéndome saltar, consiguió que rodeara su cintura con las piernas mientras subía las escaleras.

Sabiendo de memoria el camino a mi habitación me lanzó a la cama y metió su mano debajo de mi blusa de algodón mientras que con la otra jugaba con mi cinturón.

Pasé su camiseta por su cuello mientras me sacaba los zapatos. El resto es historia.

Estábamos en pose "cucharita" y él no paraba de moverse.

Con toda la concentración habida y por haber estire mi brazo y tomé mi teléfono de la mesilla, 6:55 p.m.

-Zack.- Traté de llamarlo.- ¡Zack!

Se detuvo e inquiriendo un "¿Hum?" me miró.

-Te tienes que ir.

Sonrió y besó mi hombro.:- En cinco minutos.

No dije nada y dejé que los cinco minutos pasaran. Se puso de pie y empezó a vestirse al igual que yo.

No había oído la puerta pero de todas maneras bajamos sigilosamente. En el pasillo, poco antes de las gradas me sujetó la mano y pegándome a su cuerpo me besó.

Él trató de acorralarme a la pared pero me golpeé la cabeza con un cuadro. Reí pero él siguió demandando bastante de mi boca.

Por cada dos pasos que dábamos habían cinco minutos de besos de por medio.

Al llegar a la puerta trasera hubo unos cuantos besos más y luego se fue.

Suspiré y apoyé mi cabeza en la madera de la puerta.

-¿Qué estás haciendo, Venecia?

Me di la vuelta y entré a mi casa.

Venecia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora