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Las lágrimas caen por mis mejillas mientras ingreso a mi habitación. No sé qué creer, ni qué pensar, ya no sé ni qué decir y sin embargo, debo continuar adelante.
Mi mente solo piensa en él, en mi único consuelo, en mi único amigo, en la única persona en la que puedo confiar; pero ya no puedo hablarle. Mis sollozos se hacen más fuertes, hasta finalmente convertirse en un llanto desconsolado acompañado por gritos que a los ojos de cualquiera que no conociese un manicomio le parecerían desgarradores. Mi consciencia no para de lanzar palabras hirientes y sin embargo ya no sé cómo reaccionar.
Lo único que puedo hacer es llorar. Llorar hasta quedarme dormida. Hasta que mis ojos marrones se ven hinchados y ruegan por un descanso.
Saco de debajo del colchón de la cama el diario y trato de leer lo único que me queda, pero las hojas están en blanco, sin un rastro de tinta, sin una prueba solida de que he podido hablar con él. Me siento sobre el lecho y trato de unir de nuevo las hojas, y busco una sola cosa que me dé una prueba de que no estoy loca; de que jamás lo estuve. Pero esas pruebas no aparecen.
Las lágrimas siguen brotando de mis ojos, mi respiración se siente entrecortada y siento mi corazón romperse en mil pedazos. Decido pegar mi espalda a la helada pared y pegar un poco mis piernas hacia mi pecho. Tomo la agenda entre mis manos y trato de hallar consuelo en ella, pero sus partes destrozadas solo parecen recriminarme mis errores.
Ya no quiero pensar en ello, pero no puedo evitarlo. Y mientras un río de pensamientos corre por mi mente, escucho la perilla de la puerta girarse y mi reacción es ocultar la agenda en el espacio que hay entre la pared y la cama.
Ryan aparece tras la puerta, como temiendo alguna reacción negativa de mi parte, lo cual es extraño. Camina por la habitación blanca, dirigiéndose hacia mí y me mira con aquella mirada de compasión que suele tener la gente cuando me observa.
Sin estar dispuesta a soportarla bajo la mirada hacia mis piernas y luego, mi mirada sube hasta mis antebrazos, llenos de cicatrices viejas de cortes profundos. La melancolía continúa invadiéndome y extrañamente, solo siento deseos de continuar lastimándome, pero aquí, en este sitio, me es imposible.
— Génesis, sé que quizás no quieras hablar de este asunto, pero creo que es lo mejor que podemos hacer —dice y yo solo logro soltar una risa corta.
— ¿Sabes? Tienes razón, es lo mejor que puedo hacer, decirte lo que pienso y dejar que armes tus teorías locas acerca de lo que crees que tengo en mi desequilibrada cabeza.
— Génesis, eso no es lo que quiero hacer con lo que sea que me digas.
— Eso dices, Ryan, pero realmente ambos sabemos que eso es lo que haces. —Le respondo, mirando ahora hacia otra parte de la habitación— ¿Sabes qué? No quiero tocar el asunto de mis sueños de nuevo.
— ¿Por qué? —cuestiona.
— Porque no lo creo necesario —respondo, diciendo lo primero que sale de mi mente.
— Mientes, Génesis. Hay otro motivo —dice y le miro molesta.
— Pues si lo hay, no lo conozco, en primer lugar —le digo y luego me giró para verle—. Y en segundo, no tienes derecho a decidir cuándo miento o no.
— No lo decido, Génesis, solo lo sé.
— Mira, solo vete y déjame sola.
— No lo haré —responde, acomodándose mejor sobre mi cama.
— ¿No lo harás? —pregunto.
— En absoluto —dice—; y el único modo de que lo haga es que me digas qué es lo que puedes recordar del día en que murió tu padre.
Suelto un suspiro cansado y decido levantarme de la cama, para tirarme en una de las esquinas de la habitación.
— ¿Lo harás? —insiste.
— No puedo —le respondo—; simplemente no puedo.
— ¿Por qué no?
— Simple, porque no sé qué pasó ese día.
— Cómo que no lo sabes.
— No lo sé, Ryan. Simplemente no puedo distinguir si mis sueños o mis recuerdos borrosos tienen la razón.
— Y no sabes nada.
— Solo sé que lo más probable es que la versión que le di a la policía en aquella ocasión haya sido la errada.

Call me Boddah | Boddah #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora