Prólogo

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Sentada en el asiento de todos los días, ella pensaba. Sabía que hace casi un mes las cosas no andaban bien con Isaías, que estaban distanciados y que ambos habían mirado otros horizontes ya que el actual solo daba dolores de cabeza. Aún así ella seguía queriéndolo como la primera vez que lo vio. El aula no era grande, aunque cabían casi treinta monos con sus bancos para escuchar las clases. Ella aún estaba en la secundaria. Siempre se sentaba adelante, por más que deseaba sentarse bien atrás, aunque el dilema del lugar nunca tuvo un importante lugar en su lista de problemas. Sus amigas estaban detrás, Daf y Mar, y sabían como se habían dado las cosas entre Am e Isaías.


El celular de ella vibró. Sus miedos se hicieron realidad. Nada más sentía que tristeza, odio a sí misma, odio hacia él y hacia su estúpida amiga. Ya sabía lo que el mensaje contenía, solo que esperaba que no fuera real. Esperaba que su corazón llegara hasta él y le dijera que es un error, que no debía ser así, que lo único en este mundo que no tiene solución es la muerte. Que sea lo que sea que le este pasando juntos lo íban a superar, que podía apoyarse en ella, que lo quería, que no estaba solo. Que podia lastimarla e igual iba a pelear por los dos, que podía sanarlo. Ella no sabía que su fortaleza se iba yendo y la dejaba sola, vacía, sin aire. Se dijo tantas mentiras en ese momento, mentiras que creyó verdaderas.


Leyó el mensaje. Todo había terminado.


Pidío permiso a la profesora de turno y corrió al baño empapada de lágrimas. Ella sintió que su mundo se desmoronaba y que todo por lo que había peleado no valió la pena. Gracias al cielo llegó pronto al baño, ya que su colegio era una casa antigua, con los salones en el patio principal, y la cantina, la administración, la rectoría y los baños en el patio contiguo. Subiendo una escalera que se encontraba enfrentado al pasillo que unía ambos patios estaban la bibloteca y fotocopiadora, tres salones para las clases del terciario, un depósito y el aula de computación.


Entró al baño y no salió de ahí por un buen rato. Se sentía mal, destruída, vacía. Quería saber que pensaba y sentía él con esta decisión, quería verle la cara y que él viera como la había dejado. A pesar del dolor, su corazón seguía latiendo, diciendole que no llore, que esto debía ser un error, que él solo está perdido y que necesita encontrarla. Es solo mi ilusión la que me habla, se dijo ella. Y en ese instante se juró salir con la cara en alto, ocultar lo mal que estaba, él no merecía la satisfacción al ver el daño que le había causado. No le daría el placer. Se lavó la cara justo en el momento antes de que la preceptora la buscara para volver a clases. Ella salió y se puso como meta seguir adelante, destruída o entera.

El Chico de la PrimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora