Caos

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Senda volvía a casa del insti. Vivía lejos, en las afueras de una ciudad no muy grande con su padre que trabajaba en una empresa de tonos para teléfonos (por eso vivían en una pequeña casa en las afueras) y con su madre que era enfermera. Les iba bastante bien, nunca habían tenido ningún tipo de crisis. Senda tenía un perro llamado Tom, más bien era de la familia, era ya viejo, pues cuando Senda nació él ya estaba, era un cachorrito.
Esa semana estaba siendo un poco rara. Su padre (como algunas otras veces) estaba de viaje por la empresa. Antes de que ella naciera su madre también iba con el y la empresa no mandaba a algún empleado a un sitio cualquiera, los mandaba a Inglaterra, México y Argentina. Su padre siempre le traía un regalo.
Pero ahora no estaba para llevarla de vuelta a casa en coche. Todos los viernes iba a buscarla, lo demás venía andando, le gustaba estar a solas para pensar. Aunque siempre estaba sola, tenía 15 años, se sentía diferente, como si no encajara.
Iba andando por la acera, hubiera sido mejor haber vuelto en autobús, hacía calor de verano y estaban a finales de abril. Había visto en las noticias que últimamente había muchos huracanes y terremotos en lugares dónde nunca había habido. Estaba claro que era por el calentamiento global.
Senda sabía que el mundo se acabaría, seguramente los humanos lo destruiríamos poco a poco sin darnos cuenta, pero no pensaba que lo llegaría a ver. No sabía porque, pero simplemente lo sabía y no temía a la muerte.
Se cruzó con una fuente y se paró a beber, tenía mucha sed. Al rato, empezó a levantarse un poco de aire y unos nubarrones negros empezaron a cubrir el cielo. Hacía un calor bochornoso, el aire era caliente.
Senda aceleró la marcha, si se apresuraba dentro de cinco minutos estaría en casa, no quería que le cogiese una tormenta... demasiado tarde. Empezó a llover como en las tormentas de verano. Senda corrió hacia su casa, estaba ahí mismo pero algo se lo impidió.

¡Un rayo! Al lado de su casa había un pequeño parque y le había caído un rayo. Estaba a unos metros de ella. Senda se había quedado paralizada. Mientras corría hacia casa había oído truenos pero siguió corriendo. De repente, unas llamas cegadoras y gritos de gente la devolvieron a la realidad.

Estaba empapada, pero le daba la sensación de que le ardía el cuerpo, estaba demasiado cerca de las llamas. Sin darse cuenta de lo que hacía, corrió hacia su casa, pero las llamas estaban empezando a rodear la casa.

-¡MAMAAA!-llamo a su madre, pero fue en vano, era imposible que alguien la oyera.

Oyó un grito detrás de ella y una mano le aferró el brazo con fuerza tirando de ella hacia atrás. Senda se volvió. Era un hombre alto y calvo, parecía un policía o tal vez un bombero pero no llevaba ningún tipo de uniforme. Intentó desasirse, pero el hombre la agarraba con fuerza y la arrastraba hacia una camioneta. En ella pudo ver a mucha gente apelotonada, se le iluminó el rostro cuando vio allí a su madre, echó a correr hacia ella y el hombre la soltó. Saltó a la caravana y se tiró a los brazos de su madre.

-¿Mama qué está pasando? ¿Qué vamos a hacer? ¿Y Tom?-preguntó en un susurro pero algo alterada.

-Tranquila cariño todo irá bien, nos van a llevar a un lugar seguro. Y Tom...-terminó con un sollozo.

-¿Que le ha pasado?-tal vez esa pregunta sobraba, ya que su madre le contestó con otro sollozo, pero le fue inevitable hacerla. Había crecido junto a Tom, tenían la misma edad y lo quería como a un hermano, pero ya sabía que el día de su muerte no andaría lejos.

Estuvieron media hora en la furgoneta aplastadas por la gente. Por una pequeña ventana de la furgoneta se podía ver la masacre que había fuera. Había sido cuestión de segundos, la tormenta había arrasado con todo. En los suelos no se llegaban a formar charcos por la lluvia, el calor bochornoso que hacía, evaporaba hasta la última gota de agua que caía. Los coches que aun funcionaban huían y los coches grandes como camiones, camionetas furgonetas y autobuses cogían a toda la gente que podían. Senda pudo ver a bomberos, policías y también le pareció ver a alguien con un traje militar, ayudando en las calles.

Por fin, después de que la furgoneta parara, abrieron la puerta y se pudo respirar mejor. Los trasladaron a un enorme camión militar dónde ya había gente.

-¡CALLAOS TODO EL MUNDO!- gritó un militar-Les vamos a llevar a un refugio que se construyó cerca de aquí, en un bosque. Allí se podrán encontrar con más gente. No puedo decir más.

Acto seguido, dio un golpe al camión y este se puso en marcha.

ÚnicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora