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𝗧𝘂𝗺𝗯𝗹𝗿: @kingkatsuki
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Rayne Ames nunca creyó en los rumores.
Al fin y al cabo, la mitad de los rumores que llegó a oír de pasada eran totalmente incorrectos. Hablaban de cuántos conejos tenía, cuántos había adquirido por medios legítimos, sugiriendo que los criaba en secreto para hacer estofado de conejo (como si alguna vez lo hiciera), de peleas en las que había participado e incluso insinuando que había asesinado a tres personas (si lo hubiera hecho, nadie se habría enterado), y aun así, se aferraba a ese rumor en particular sobre ti.
La fuente ya no era fiable: Dot Barrett era conocida por exagerarlo todo. Y, sin embargo, cuando Rayne oyó tu nombre salir de su boca, seguido de la insinuación de que disfrutabas montándote peluches en tu tiempo libre, este era un rumor que estaba dispuesto a respaldar.
Ignorando la idea de que usaras otros peluches para excitarte, pensando en cuántos otros hombres te los habían regalado con ese mismo propósito, Rayne te acorraló una tarde con un conejo de peluche rosa y flexible, más grande que cualquiera de su colección. El juguete empapado en su colonia, que como mínimo dejaría tu habitación oliendo a él mientras veía tu rostro iluminarse de alegría.
"Es tan grande, Rayne". Jadeaste de sorpresa cuando te lo entregó. Intentando contener el rubor que amenazaba con cubrir sus mejillas mientras se ponía la capa sobre la entrepierna para ocultar su pene, ahora duro como un palo, presionado contra sus pantalones ajustados, ansioso y desesperado por liberarse mientras repasaba tus palabras en su mente.
Es tan grande, Ranye. Sin duda, estaría fisteando su pene con eso más tarde, incluso si los rumores resultaban ser falsos.
"¡Lo amo!", susurras, apretándolo contra tu pecho, lo que hizo que Rayne sintiera celos del peluche, con la mandíbula apretada mientras intentaba resistir el impulso de abrazarte.
Y ni siquiera tres horas después, Rayne descubrió la verdad.
Algunos lo llamarán magia o quizás un milagro, pero en esta ocasión Dot Barrett tenía razón. Dejando a un lado la pregunta de por qué lo sabía, Rayne contuvo la respiración mientras te veía follar con el suave conejito rosa que te había comprado unas horas antes. Y eras aún más guapa de lo que él podría haber imaginado.
Rayne tuvo que morderse el labio inferior para no gemir en voz alta, consciente de la habitación contigua llena de sus superiores. Apretaba la espalda contra la fría pared de piedra como si temiera que sus piernas se le doblaran al ver tu cuerpo restregarse contra el peluche. Tus pechos estaban cubiertos por un bonito sujetador de encaje, y apenas podía distinguir unas bragas a juego que se asentaban en lo alto de tus caderas, en la parte inferior del marco, mientras te inclinabas para crear la mejor fricción contra la suave tela.
