VI

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Siempre había odiado los hospitales.

El olor, el aire tan cargado, la gente triste, las doctoras amargadas, los enfermeros cotillas. Todo.

Es por eso que no me hizo mucha gracia despertarme en uno. Solo. Con dolor de cabeza y encontrándome como una mierda.

La habitación estaba pintada de un horrible color azul. Desde la cama solo podía ver la televisión, un par de escalofriantes cuadros y una puerta cerrada. Una cortina separaba la otra mitad de la habitación, ocupada por a saber quién. Presentí que era un hombre, más que nada por sus ronquidos. Aunque quién sabía.

Me estiré en la cama y noté cómo mis tobillos rozaban el filo del colchón. Problemas de ser muy alto, edición interminable: los colchones nunca serían lo suficientemente grandes. Y menos para un chico como yo. Aunque no durmiera acompañado.

Cuando me quité las sábanas de encima, descubrí que solo llevaba un camisón de esos que no tapaban mucho. Así estaba claro que no llegaría muy lejos. Aunque tampoco era como si pudiera irme. Me senté en el borde de la cama y estiré los brazos. Tenía todo el cuerpo entumecido pero, para mi sorpresa, no había ni rastro de rojez en mis muñecas.

En la mesilla había una nota en la que ponía que si me despertaba debía llamar al timbre que había en el cabecero de la cama. Me dispuse a hacerlo cuando la puerta se abrió de golpe.

-¡Luca! -exclamó Némesis.

Prácticamente se lanzó a por mí. Me relajé en cuanto envolvió sus brazos entorno a mi cuello, besándome a toda velocidad. Sus labios sabían a limón y sal. Sonreí contra ellos, sintiéndome mucho mejor.

Pero entonces se apartó, para después darme un puñetazo en el hombro. No fue muy dura, pero lo suficiente como para hacerme saber que no estaba de broma.

-¡Me tenías muy preocupada, imbécil! -volvió a golpear mi hombro, frunciendo los labios -. De verdad, creía que te había pasado algo malo. Como que el hombre del caso aquel de la mafia china había cumplido su amenaza o que te había secuestrado alguien...

Reí como un loco porque, en parte, tenía razón. Envolví su estrecha cintura con mis brazos. Estando así, yo sentado y ella de pie entre mis piernas, me sentía bien. Me sentía seguro. Y eso era lo que necesitaba ahora mismo, seguridad.

Apoyé mi cabeza en su hombro, rozando su cuello con mi nariz. Olía a vainilla. Inspiré más fuerte de lo normal, aprovechando que no siempre me dejaba abrazarla. Ella simplemente suspiró.

-Estoy bien... -susurré -. Siempre y cuando tú lo estés.

-Ahora lo estoy.

Nos quedamos así durante un rato. Movió sus dedos por mi espalda, escribiendo palabras indescifrables mientras yo enredaba algunos de sus mechones entre mis dedos.

Fue ella la que me apartó, pero solo para sentarse a mi lado en la cama. Entrelazó sus dedos con los míos y apoyó la cabeza en mi hombro.

-La policía dijo que te encontraron en tu coche, de camino a casa -explicó -. Ellos creen que alguien te atracó. No han encontrado ni tu cartera.

Asentí mientas miraba al suelo.

-¿Es eso lo que pasó? -preguntó.

-No lo recuerdo muy bien -mentí -. Solo estoy seguro de que me tuvieron que dar un golpe muy fuerte en la cabeza, porque me duele a horrores.

-Los médicos me han dicho que estás bien. No tienes nada raro -su tono de voz era tan feliz que hasta me lo contagió -. De aquí a un rato vendrá el doctor Tate. Supongo que te dará el alta.

Otp | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora