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Abrí la puerta lentamente.

La habitación de los mellizos estaba en calma, sumida en un silencio absoluto. La única luz procedía de la lamparita de noche colocada en la mesilla que había entre las dos camas.

Lo único que conseguí ver fue el color verde menta de las paredes y a mis hijos metidos en sus respectivas camas.

En una dormía plácidamente mi chico favorito. Héctor sonrió tontamente cuando besé su frente. Peiné con los dedos su desordenado flequillo, del color del caramelo.

Era tan bonito. Y era solo mío.

-¿Mami?

Me giré para ver a mi mini yo. Ella también era bonita. Y mi chica favorita. Y solo mía.

Helena asomaba la cabeza por encima de las sábanas de Hulk. Sonrió ampliamente al reconocerme dejándome ver el diente que le faltaba.

Me descalcé y, como hacía cada noche, me metí en la cama junto a ella. Habitualmente les contaba un cuento a Héctor y Helena antes de dormir. Lo cual solía suceder mucho más temprano que hoy.

-Hola, cariño.

-Has tardado mucho -susurró mientras se pasaba uno de sus puñitos por los ojos.

Estaba claro que estaba muerta de sueño. Y el puchero que hizo solo me lo confirmó.

-Lo siento mucho -contesté -. Pero ya estoy aquí. ¿Quieres que te cuente algo?

Helena asintió. Se hizo una bolita bajo las sábanas y agarró uno de mis mechones de pelo antes de que empezara.

-No sé si te acordarás, pero hace tiempo te conté la historia de un dios malo.

-¿Opolo?

-No, Apolo -la corregí -. El caso es que puede te contara el cuento mal.

No tenía muy claro lo que hacía.

Simplemente sabía que tenía a mi hija entre mis brazos, enredándome el pelo, y que sentía la necesidad de cambiar el primer cuento que escuchó de mis labios.

-Tú cuentas los cuentos bien -cerró los ojos y no los volvió a abrir.

-Este no, cielo. Me confundí. Apolo era el bueno.

-Pero hizo llorar a la ninfa -murmuró con los ojos cerrados -. La gente que hace llorar a las chicas es mala.

-¿Y a los chicos? -pregunté.

-Con los chicos es igual.

-Así me gusta.

Helena volvió a abrir los ojos. Eran de un azul tan intenso que mirarlos fijamente era similar a sumergirse en lo más profundo del océano.

-Opolo no es malo -susurró.

-No, cielo.

-¿Y quién es el malo?

Un nombre resonó en mi mente.

Eros.

-Te propongo un trato -susurré mientras la arropaba hasta la barbilla -. Mañana os contaré el cuento a tu hermano y a ti.

-Jo -lloriqueó.

-Helena, es tarde. Y Héctor no se enterará si solo te lo cuento a ti.

-Héctor me cae mal.

Quise replicar pero, antes de que me diera cuenta, se había dormido.

Pasé unos minutos observándoles. Héctor dormía con la boca abierta y la sábana hecha un desastre. En cambio, Helena transmitía tanta paz que hasta pensé en dormir con ella.

Eran tan diferentes. Tan preciosos. Tan terremotos. Unos hermosos desastres.

Tan nosotros. Tan nuestros.

Me sequé las dos lágrimas que se habían escapado de mis ojos. Sentía que iba a poner su vida hecha patas arriba. Y eso me mataba.

Pero tenía que acabar lo que había empezado.

Otp | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora