LVI

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Saco del bolsillo de la americana un paquete de tabaco y deslizo entre mis dedos el último cigarro que me queda.

La primera calada siempre es la mejor.

¿Qué es más probable que me mate antes? ¿Fumar o caerme desde la azotea en la que estoy sentado?

Contemplo a los coches pasar de un lado a otro, haciendo ruido sin parar. No distingo a la gente, pero sé que al igual que unos se acaban de despertar otros están deseando meterse en la cama. Andan arrastrando los pies, sin mirarse los unos a los otros. Es la famosa rutina.

Nueva York parece no saber lo que va a pasar. No tiene ni la menor idea de que un huracán está a punto de desatarse en los juzgados.

Cualquiera pensaría que la ciudad que nunca duerme es inocente, que no merece nada malo. Pero todos saben que hasta las ciudades que lucen tanto como esta tienen muchos rincones oscuros.

Tártaro es el rincón más oscuro de Nueva York. Y Eros ocupa el trono de las tinieblas.

No soy ingenuo. Sé que destruir a un rey no es sinónimo de destruir a un reino. El mal nunca desaparecerá, debe existir. Tiene que haber asesinatos, mafias, enfermedades, injusticias y derivados.

Porque si no existieran, ¿cómo apreciaríamos el bien?

Oh, no. Nunca intentaré destruir el mal. Me reconforta saber que está ahi. Y que yo ya no le pertenezco.

Mi único objetivo es destruir a Eros. No matarle, simplemente acabar con su poder. Eso es lo más importante para él.

Y aunque otro ocupe su puesto, ese dejará de ser mi problema.

Un todoterreno negro aparca frente al juzgado justo cuando pego la última calada al cigarro. De él bajan tres hombres.

Pese a que estoy en la azotea del edificio de enfrente, a metros de distancia, sé que se trata de Eros y dos de sus hombres.

Eros.

La colilla se desliza entre mis dedos y cae.

Ha llegado la hora.

Todo saldrá bien.
Todo saldrá bien.
Todo saldrá bien.

Otp | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora