Mayo.

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No es una línea,

no es seguir una línea y renunciar.

Es trazar, sin descanso,

los once vértices, el lado opuesto,

la hipótesis irrebatible:

el círculo. Cada día.

Porque no somos un principio

y un final, sino el nudo

que se aprieta lentamente

con el tiempo.

                                                                   Patricia García- Rojo

El estruendo de una moto la hace saltar de la silla como si ésta tuviese un resorte y corre hacia el balcón, abierto de par en par para dejar paso a una ligera corriente de aire. Se apoya en la barandilla y lo ve abajo, esperando sobre su reluciente y negro capricho.

—¡Bajo ahora mismo!— le avisa sonriendo antes de que él pueda decirle nada.

Llega en una carrera a la ducha, que enciende esperando recibir el ansiado chorro de agua fresca. Hace demasiado bochorno. Sale y se seca apresuradamente con la toalla y casi resbala al correr hacia su habitación de nuevo. Abre el armario, saca una camiseta blanca de tirantes y un pantalón corto negro. Se calza sus Vans azules, justo cuando la moto pita desde abajo. "Impaciente", piensa. Cierra la puerta de casa y baja por las escaleras, y no pued evitar sonreír cuando lo ve disfrutar como un niño pequeño sobre esa belleza de dos ruedas.

—¡Felicidades!- lo abraza cuando está frente a él—. ¿Ves como no iba a costarte conseguir el carnet? Bueno, bueno, ¡lo prometido es deuda!

—Anda, sube. Porque sabes subir, ¿no?

Ella le saca la lengua al tiempo que agarra el casco que él le ofrece, que le cubre casi toda la cara.

—Estás muy favorecida.

—¡Tonto! Venga, arranca. Porque sabes arrancar, ¿no?

A modo de respuesta la moto se pone en marcha y gana velocidad fácilmente, sorteando los coches que se encuentran. Ella aprovecha para aferrarse con más fuerza de la necesaria, sintiendo los abdominales bajo sus dedos.

Pronto dejan atrás la ciudad y conducen por una carretera secundaria en la que apenas hay tráfico. El viento agita sus camisetas bajo un cielo encapotado.

—Oye, ¿sabes a dónde vas?

—Pues claro, ¿qué te crees?

Pero se niega a darle más pistas por mucho que ella insiste. Es casi mediodía. El paisaje se empieza a enverdecer conformen avanzan por la carretera, hasta que pronto ésta está bordeada por grandes sauces llorones.

—Aquí nos tenemos que bajar.

Se bajan y continúan por una vereda mientras él camina llevando la moto a su lado.  Tras unos diez minutos andando, parece que el chico encuentra lo que andaba buscando. Deja la moto en un llano y le ofrece la mano a su chica, que se deja guiar. Antes de darse cuenta, está a la orilla de un gran lago. Él la mira y le alegra encontrar una bonita sonrisa dibujada en su cara.

—Venía aquí de pequeño los fines de semana en los que hacía mucha calor. Parece más bonito contigo aquí también.

—Anda, anda, no estropees el momento con cursiladas.

Llámalo "endorfinas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora