Enero.

4.4K 89 6
                                    

Lo mira a lo Bambi con sus ojos oscuros como pozos y entonces lo sabe: se siente perdido. Suspira.

—¿Ha sido eso un suspiro? ¿El chico más insensible del mundo ha suspirado?

—Sólo soy un insensible contigo... Será que sacas lo peor de mí —la pica y tiene el efecto deseado. Ella frunce el ceño y hace un mohín que la hace parecer un gatito enfurruñado.

—Eres...un...idiota —acompaña cada palabra con un suave golpe en sus abdominales.

—Sé buena... aunque estás muy favorecida cabreada —ríe mientras la acerca para besarla.

Ella se enrrabieta y responde mordiendo levemente sus labios, con lo que él ríe aún más y le corresponde de la misma forma. El beso aumenta poco a poco la intensidad.

—Si esto es lo peor de tí, quiero ver lo mejor —murmura cuando él abandona su boca para dirigirse más al norte y trazar un recorrido por su cuello—. Lo mejor lo tengo frente a mí.

—¡Pero qué idiota eres! ¿Ahora vas de romántico empalagoso? ¡Ja-ja!

—Pero si te ha salido la sonrisa más tonta del mundo... ¿Acaso prefieres un "buenos días, princesa"?

—¿Sabes? La mayoría de las personas que usan esa frase ni siquiera saben que se la están robando a La vida es bella.

—¿Hay algo que no sepas?

—Lo estoy buscando...

¡Pero qué orgullosa eres!  —la imita y ella ríe ante el intento.

—Está bien, está bien. Bandera blanca.

Se acercan de nuevo buscando los labios del otro. Se besan no de la manera en la que suelen hacerlo los adolescentes, impacientes y pendientes sólo de llegar a algún roce poco inocente para anotar en su creciente lista de conquistas. Ellos son lentos, intentando memorizar cada rincón de sus bocas, apreciando lo que por fin tienen y tanto les costó conseguir. La chica se siente orgullosa de sí misma por lo que ella, la más cobarde del mundo en cuestión de sentimientos, fue capaz de expresar con palabras y no sólo dándole vueltas a la cabeza, como solía hacer.

Cuatro meses antes.

Es un gris día de Septiembre. Llueve. Lo que para muchos sería un día poco menos que deprimente, es una maravilla para ella. No hay nada que desee más que llegue un tiempo lo suficientemente frío para poder cubrir su cuello con gruesas bufandas. Bueno, si que hay algo que desee más. Lleva bebiendo los vientos por un chico cuatro años. Y es que el muy maldito le dedicaba cuatro palabras bonitas cuando veía que ella lo ignoraba completamente, haciéndole creer que había cambiado su actitud inmadura y después volvía a su estado de antes, tan indiferente con ella. La historia se repetía cada par de meses, más o menos. Hasta que un día, la chica recibió una serie de mensajes anónimos que la sorprendieron muy gratamente... y sospechaba quién era el autor. Coincidían demasiadas cosas. Sin embargo, cuando volvió a verlo su actitud seguía tan fría como siempre. Se estaba volviendo loca. Necesitaba respuestas, y él... bueno, él pasaba olímpicamente.

Pero no ocurrió ese día. El día en que llovía como si se hubiese abierto el cielo. Ella se conformó con vestir un ancho jersey calado y suspiró ante su melena y sus demasiado marcadas ojeras como todas las mañanas. Salió de casa sorteando los charcos y llegó a clase. Y de inmediato se dió cuenta del cambio: el detonante fue la mirada que le dedicó el chico. Ese día hablaron como si fuesen dos imanes de polos opuestos, atraídos por quién sabe qué impulso. Charlaron largo y tendido sobre los temas más triviales del mundo. Hasta que se hizo el silencio. Ese incómodo e infinito silencio. Y las palabras brotaron de sus labios sin poder detenerlas.

—Ya está bien. La duda me está matando. ¿Fuiste tú? Mírame y dime la verdad.

No necesitaron más palabras para que el chico comprendiese. ¿Acaso no era eso lo que había pretendido con sus mensajes, que ella se diese cuenta de que existía lo era todo para él? Y ahora no podía hacer frente a su pregunta.

—Mírame...

Lo hizo. La miró a los ojos y reconoció los signos del que está a punto de romper a llorar. Trató de contestar con la mirada porque las cuerdas vocales se negaban a ayudar.

Ella se sintió rematadamente estúpida. Había dado por hecho que había sido él cuando con su comportamiento había dejado más que claro que no era nada importante. Y sin embargo aquel día estaba tan distinto y le recordó tanto a ese chico anónimo... Se había lanzado a la piscina sin comprobar antes si tenía agua. Sintió su cara arder y agradeció tener la tez morena para disimular su rubor. Lo hubiese dado todo por retroceder un minuto en el tiempo. Y de pronto él la miró. La miró durante unos segundos que le parecieron interminables.

No podía contestar. Era el más tímido del mundo para expresar sentimientos. Ni siquiera sabía de dónde había sacado el valor aquella tarde para escribir aquellos mensajes. Una pequeña lágrima traicionera rodó por la mejilla de la chica y fue aquello lo que le hizo reacionar. "Está esperando, idiota" pensó.

—Sí.

Fue una sola palabra, dos letras. Los ojos de la chica fueron padres de muchas más lágrimas, de felicidad en estado puro, de alivio, de sorpresa, de la combinación más explosiva de los sentimientos humanos. Y sintió la necesidad de huir de ahí para pensar en todo aquello, en ese minúsculo y casi inaudible "".

Esa tarde, hablaron de todos lo ocurrido en esos cuatro años. Él no sabía lo que era el amor. Ella lo había descubierto de la peor manera. Los primeros meses no llamó nada su atención la chica, pero cuando empezó a cansarse de esperar y decidió ignorarlo... Bueno, fue un garrafón de agua fría. La necesitaba. Necesitaba verla rabiar y reír dos segundos después cuando él pedía clemencia. Pero no se atrevía a nada más. Y llegó ese día de verano en el que le escribió con mil y una indirectas. Y finalmente llegó el gris día en que llovía como si se hubiese abierto el cielo. El día en que ella no aguantó más, el último día y el primero a la vez.

Al principio seguían igual de cortados como siempre, parecía que lo que había pasado no había ocurrido nunca. Pero hubo un momento en el que ambos estaban enfrascados con unos enrevesados ejercicios de matemáticas que ella detestaba y jamás comprendería, y él se ofreció a ayudarla (raro en él, le encantaban los pucheros que ponía insconcientemente). Se encontraban inusualmente cerca y la chica, movida por un desconocido impulso, lo besó. No fue más que un ligero roce de labios que duró un par de segundos. Pero ese fue el interruptor que los despertó a ambos. ¿No estaba más que claro lo que querían? Ese efímero beso fue el primero de muchos.

Y ahí está ahora ella, orgullosa de el valor que nunca tuvo, compartiendo el aire que se escapa de la boca de ambos con él. Nada rutinario, ni premeditado. Con ellos no es así. Suelen ser como dos cachorros de león que pelean hasta que las reconciliaciones llegan de la mejor manera.

—¿En qué piensas, enana? —la nota bastante distraída.

—En que maldito sea el día en el que esta orgullosa se fijó en un idiota como tú...

Llámalo "endorfinas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora