Octubre.

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no viniste y el agua

estaba demasiado fría.

había gente mirando.

un niño

tiraba piedras por si el arco

de las ondas me alcanzaba

las rodillas. y pesaba

el vestido como un muerto,

amor, quizá eras tú

que no llegabas o la noche

quemando mi costado

con el hielo dulce de la indiferencia.

¿qué más da? había arruinado

mi último modelo y los zapatos

flotaban desarmados

como el eco sutil de mi derrota.

me emborraché después,

con aquel tipo, lo recuerdo mal,

el que sí vino.

Patricia García-Rojo.

Se restriega los ojos con sueño, sentada en la cama con el portátil sobre las piernas.

–Me voy a dormir ya, mañana tengo clase doble de Estadística a primera hora –dice frente a la pantalla conteniendo un bostezo.

–Ojalá pudiese estar ahí contigo. Éstos me quieren llevar a no sé dónde.

–No llegues muy tarde. Anda, llámame cuando vuelvas –lanza un beso, pero antes de poder seguir hablando la llamada de Skype se cierra.

"Y llámame sin la elle" piensa. Suspira. Apaga el ordenador, lo deja en el escritorio e intenta sumirse en el sueño.

Vuelve de clase y deja la mochila en el suelo de la habitación. Se sienta en el suelo con las piernas cruzadas, y lo llama al teléfono. Al tercer toque, contesta.

–Hola –se le oye la voz pastosa.

–No me has llamado.

–Lo sé. Volví hace poco y supuse que ya estabas en clase, así que no quise molestarte. Iba a llamarte ahora.

– ¿Cuando te despertases? –suena malhumorada. El autobús le provoca dolor de cabeza, pero intenta suavizar el tono– No importa. Vienes este fin de semana, ¿no? Se me está haciendo eterno este mes.

Él está un poco más espabilado cuando responde.

–Verás... Voy a tener que esperar una semana más para volver. Sólo me queda dinero para un billete de vuelta, y si voy esta semana, la siguiente no podré ir. Mis padres no me dejan gastar más, y ya sabes que la semana que viene son las fiestas...

Ella se pellizca el puente de la nariz, intentando contenerse.

– ¡Joder! Te pedí que vinieses esta semana expresamente porque es mi actuación en el ballet. ¡¿Por qué no lo pensaste antes de gastar anoche dinero de fiesta?! –la decepción cae sobre ella cuando se da cuenta, y su voz se torna seca– Lo habías olvidado.

– ¿Qué? No.

– ¡Claro que lo habías olvidado! ¿Y no puedes pedir prestado algo a tus amigos? Sabes que es muy importante para mí.

O solías saberlo. Pero esto no lo dice.

–Está bien. Sacrificaré las fiestas –responde divertido, enunciándolo como un mandamiento.

Las comisuras de la chica se inclinan ligeramente hacia arriba.

–Gracias. Te veo mañana, entonces. Te quiero.

Cuelga sintiendo en el estómago un nudo de ligera culpabilidad. Intenta eliminarlo durmiendo. Su cama aún abierta es una gran tentación que le hace olvidarse del almuerzo.

Cuando se despierta, a punto de que amanezca, se sorprende de haber dormido tantas horas seguidas. El estómago le ruge, pero se alegra de estar tan descansada. Sin embargo, el nudo de culpabilidad se ha transformado en nervios. Hoy es la actuación. Su última actuación. Ha pospuesto demasiado el final del ballet, alegando que su no muy alta estatura aún le permitía ser ágil. Pero hoy pone fin a años de dedicación.

Se dirige a la cocina para prepararse un gran desayuno. Cuando está mordisqueando una tostada con la mirada perdida, su madre entra en la cocina y le da un beso en la frente.

–Lo vas a hacer perfecto. En tu habitación te he dejado preparado el vestuario.

–Gracias, mamá. Voy a ducharme.

Una hora después sale por la puerta cargada de bolsas. Camina hacia el teatro, donde se reúne con sus compañeras para ensayar antes de la actuación. El tiempo pasa volando y, cuando se quiere dar cuenta, son las seis. Hora de prepararse.

Comprueba desde varias perspectivas en el espejo del tocador que el moño está perfectamente ceñido. Suspira varias veces intentando solventar los nervios. El murmullo de la gente que comienza a entrar en el teatro no ayuda a calmarse. Sin poder resistir la tentación, se asoma por la pesada cortina roja, pero no encuentra la cara que busca. Quedan algunos minutos para que empiece la actuación.

Minutos que pasan veloces. Todas las bailarinas están ya en sus posiciones para entrar en el escenario. La música empieza a sonar. El telón se abre. Una vez sus zapatillas tocan el suelo de madera, los nervios desaparecen. Se permite muy de vez en cuando buscar con la mirada entre el público. Ve a su madre, a algunas amigas. Sigue buscando, sin más resultados. Se niega a aceptar la verdad, que empieza a quemarle la garganta.

El último acorde suena, y el público estalla en aplausos. Se obliga a sonreír, y, cuando el telón se cierra, acepta el abrazo de sus compañeras, deseando que pase ese momento cuanto antes. Por fin, se dirigen todas a los vestuarios, permitiéndole estar sola. Escucha a la gente abandonar el teatro desde el otro lado del telón. Se sienta en el suelo, se descalza y se masajea los dedos con los ojos empañados de lágrimas. Las zapatillas, gastadas por los años, permanecen estáticas sobre las tablas del escenario.

Llámalo "endorfinas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora