Noviembre.

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cuando el mar se lo trague todo
-y se lo tragará. tenlo por seguro-
y los tejados y las casas y las copas
de los árboles más altos desaparezcan
o nuestras cosas floten o se hundan
o se desmenucen como un lodo
hecho de recuerdo y aritmética,
cuando ninguno de nosotros seamos
terrestres, tómame de sal y arena
como en las largas tardes de verano
al sumergirnos, mirándonos a media luz
mecidos por el lento océano,
para que seamos, de nuevo, lo que fuimos.

Patricia García-Rojo

Ahoga un grito cuando abre la puerta de su dormitorio. Sentado en la cama, perfectamente hecha, está él.

—¿¡Qué estás haciendo aquí!?

—Esperarte.

Ella deja sus bolsas en el suelo y cruza los brazos con el ceño fruncido.

—No era aquí donde tendrías que estar. Te he estado buscando en el teatro como una idiota y ahora descubro que has estado aquí “esperando” —dibuja las comillas en el aire con los dedos— tan cómodamente.

En ese momento, él se levanta y pone las manos en sus hombros, obligándola a sentarse en la cama.

—Eh, déjame explicártelo. Estoy aquí porque he venido tarde y no he podido a llegar a tiempo, no me dejaban entrar en el teatro. Lo siento, y siento mucho haberme pedido tu actuación. Soy terrible, lo peor, pero discúlpame —alza las palmas de las manos en son de paz.

La chica suaviza la línea firme que forman sus labios en una ligera sonrisa, que no acaba de llegar a sus ojos.

—Me hacía tanta ilusión que me hubieras visto…

—Eso tiene arreglo. Para eso he vuelto, ¿no? Baila para mí.

Ella alza las cejas con sorpresa.

—¿Qué?

—Quiero verte bailar.

—Eres tonto… —pone los ojos en blanco y ríe mientras saca de su bolsa sus gastadas zapatillas.

Mientras se calza las bailarinas y ata cada una de las cintas alrededor de sus tobillos, lo mira con curiosidad.

—¿Cómo has entrado?

Él se saca unas llaves del bolsillo de sus vaqueros.

—Tu madre me las dio hará cosa de un mes.

—Mi madre está loca —repone ella con los labios fruncidos de nuevo.

—¿No quieres que las tenga? —pregunta él con evidente decepción.

—¡Es muy pronto! —se dirige al reproductor de música y busca un CD adecuado—. Bueno, cállate —cuando ve que está a punto de protestar, inserta un disco y pulsa el botón de inicio—. Va a ser un desastre sin la música original, pero…

Suspira y se coloca en un gran espacio vacío de su amplia habitación. Cuando la canción comienza a sonar, empieza a hacer lo que mejor se le da. Gira, salta y se mueve grácilmente sobre la delicada punta de sus pies, con los ojos cerrados y algunos mechones sueltos del apretado moño que se ha hecho horas antes. Él simplemente la observa en silencio, con orgullo. Hasta que ella se detiene, con el gesto serio.

—No quiero seguir.

El chico se sorprende.

—¿Qué? ¿Por qué? ¡Estaba siendo genial!

—Porque deberías haber venido a tiempo. Te lo dije hace semanas y por alguna razón has decidido venir al final, pero no es suficiente. Ahora márchate, voy a salir.

Llámalo "endorfinas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora